¿Dónde están los progresistas?

James Petras

(Extracto de El informe Petras, publicado en la revista Ajoblanco-1996)


Lo asombroso respecto al destino de millones de jóvenes mal pagados y subempleados sin futuro es la indiferencia de la sociedad, incluyendo la clase media “progresista”. ¿Dónde están los progresistas? Están activos, pero lo que les interesa es el dos por ciento de “marginales”: gitanos, drogodependientes, prostitutas, inmigración, racismo, cualquier cosa menos el destino de tres millones de españoles desempleados, los jóvenes con contratos temporales y los que tratan de vivir del salario mínimo. No quiero ser malinterpretado. Por supuesto que estoy en contra del acoso sexual, la discriminación y el racismo. Pero aquí y ahora, y en la estructura de clases española, la distancia entre los problemas sociales a largo plazo y a gran escala, y las actividades de los progresistas es escandalosa.

¿Por qué eluden su responsabilidad nacional y social?
Primero, porque no es peligroso luchar por los derechos legales de las pequeñas minorías, eso no comporta ninguna confrontación con el Estado y menos aún con los empresarios. Pero comprometerse en la lucha por los sub empleados y los desempleados implica confrontaciones muy duras y sostenidas con Estado y empresarios (y los medios de comunicación masivos) porque esa lucha gira en torno a la distribución de los principales recursos económicos de la sociedad: los presupuestos que podrían financiar obras públicas para un empleo a gran escala en lugar de subvenciones para corporaciones multinacionales y los beneficios empresariales que podrían financiar una semana laboral más corta y la contratación de empleados fijos.
En segundo lugar, las luchas progresistas por las minorías (cambios simbólicos y reconocimiento legal) tienen el apoyo financiero de los gobiernos municipales o regionales. Las ONG y organizaciones similares brindan a los progresistas oportunidades económicas, segundos salarios en calidad de investigadores, educadores, asistentes sociales o abogados. Pueden combinar así una “buena conciencia” y la remuneración económica con una palmadita en el hombro de las autoridades locales.
Mientras tanto, la lucha de desempleados y sub empleados, si estuviera bien organizada, podría afectar a las políticas globales de las mismas benevolentes autoridades. Podría socavar sus esfuerzos por subvencionar a los promotores inmobiliarios urbanos y a los constructores que financian sus campañas electorales. Por esta razón, los esfuerzos para organizar a los desempleados y sub empleados no reciben apoyo financiero alguno.
En tercer lugar, la actual moda ideológica entre la clase media progresista pone en tela de juicio la misma noción de clase. Su retórica dice algo así como: “Clase es una construcción cultural que ha perdido su pertinencia”. Los progresistas prefieren ahora conceptos del tipo “identidades sociales”, “ciudadanía” y “derechos” en lugar de “clases”, “conflicto de clases” o “intereses de clase”. Ya que muchos de los grupos marginales están entre los segmentos más pobres de la sociedad, los progresistas alegan que es más “revolucionario” o radical luchar por ellos que por los “privilegiados” españoles que “viven del salario mínimo”.

Obviamente hay una necesidad urgente de unir fuerzas entre la clase media progresista y los trabajadores con problemas.

El primer paso sería una reflexión crítica por parte de los progresistas sobre quiénes son, qué papel juegan en la sociedad, si en realidad son parte del problema (en tanto que empleados del gobierno, profesores, profesionales) o de la solución. Tendrían que preguntarse si están verdaderamente por la solidaridad con los explotados por el sistema o buscan simplemente nuevos vehículos de movilidad social.
La abrumadora mayoría de los jóvenes trabajadores raramente expresan sentir el apoyo de los “movimientos” promovidos por los progresistas; más importante aún, jamás mencionan ninguna relación sostenida con ningún intelectual progresista de clase media o con movimientos interesados en sus circunstancias sociales. Hay pocos espacios donde puedan encontrarse, incluso socialmente, y no tienen nada en común en términos de actividades de ocio. Los progresistas están en sus pisos y tienen acceso a segundas viviendas fuera de la ciudad para el fin de semana.
La ruptura del vínculo entre la clase joven trabajadora y la clase media progresista se expresa a todos los niveles: en la ideología, la música, las lecturas, los estilos de vida, el lenguaje y las condiciones materiales. Los lazos que existían durante el período antifranquista y la transición son historia pasada. Los únicos parados por los que la clase media se preocupa son sus propios hijos. El aislamiento social de los jóvenes trabajadores refuerza su sentimiento de impotencia social y confirma su punto de vista individualista.

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