El Informe Petras (1995 Segunda parte)

LA GENERACIÓN MAYOR

La "generación mayor", aquellos que entraron en el mercado de trabajo entre mediados de los 60 y mediados de los 70, está marcada por varias experiencias importantes. Lo primero y crucial: Era un tiempo de expansión capitalista, rápida industrialización y fuerte demanda de trabajo. En segundo lugar, era una época en que la normativa laboral estipulaba un empleo prácticamente de por vida, siempre que uno acatara el régimen político. En tercer lugar, era una época donde los sindicatos autónomos se estaban organizando, muy subordinados a la militancia de base, con una marcada orientación de clase y un mínimo de funcionarios "a tiempo completo". En cuarto lugar, las luchas en el lugar de trabajo estaban ligadas a las luchas políticas contra la dictadura de Franco.

Por último, debido a la naturaleza expansiva de la economía, a la seguridad en el empleo y a los sindicatos autónomos de reciente composición, los sustanciales aumentos salariales se volvieron la norma a lo largo de los años 70. Cada una de estas experiencias reforzó el sentimiento de formar parte de una cultura del trabajo cohesionante, donde la organización colectiva era aceptada como una forma de vida en común, y la solidaridad de clase se volvió de rutina en oposición a la clase empresarial y al régimen de Franco.
El miedo al régimen represivo y a los despidos estaba suavizado por las oportunidades para trabajar en otro sitio, por el apoyo de los compañeros del trabajo o incluso de los vecinos, si los artículos de primera necesidad escaseaban temporalmente. El problema era el mal sueldo, no la inseguridad en el empleo. Y la concentración de trabajadores y la subsiguiente organización en el lugar de trabajo podían, y de hecho así lo hacían con frecuencia, corregir los bajos salarios en una medida que a los trabajadores eventuales, mal pagados y dispersos de hoy, les resultaría difícil de imaginar. Las divergencias entre la generación mayor y más joven de trabajadores empiezan sin embargo mucho antes, en casa y en el barrio.

CRECER EN LA ESPAÑA DE POSGUERRA
Crecer en los últimos 40 y en los 50 en la España de la posguerra significaba tiempos difíciles. Casi todos los trabajadores mayores de hoy eran hijos o hijas de inmigrantes de otras regiones de España. Sus padres eran campesinos pobres o trabajadores mal pagados de Andalucía, Murcia, Castilla. Al principio, solían vivir en bloques dormitorio, en barrios degradados del centro de la ciudad, o en barracas improvisadas. Como niños, normalmente dejaban el colegio al completar la enseñanza primaria, sobre los 13 ó 14 años, y encontraban colocación en pequeños talleres como aprendices o de dependientes con salarios de subsistencia, la mayor parte de los cuales se entregaban a la familia. Sus padres normalmente trabajaban muchas horas y la mayor parte de la "vida familiar" giraba en torno a la madre.
El padre era en gran parte la figura autoritaria ausente. Muchos de ellos sabían hasta cierto punto del papel de sus padres en la Guerra Civil, casi exclusivamente en el lado de la República. Pocos de ellos, si es que había alguno, continuaron su militancia en el período de posguerra a causa del miedo, la represión o porque procuraban "normalizar" su vida después de haber pasado varios años en campos de concentración o de trabajos forzados. Aunque alguno de los padres de hoy recibieron su primera introducción "política" o "social" a la política de clases en conversaciones con sus padres, esto no era un caso común. Parece haber habido poca comunicación intergeneracional, especialmente en casa. Casi siempre la identidad de clase se transmitía de un modo menos formal, a través de las experiencias cotidianas de "sufrimiento" y "cohabitación" en barrios de obreros que vivían y compartían circunstancias sociales similares y adversarios comunes.

Los abuelos de los trabajadores de hoy procuraban en muchos casos olvidar las derrotas, la persecución, las rivalidades entre partidos de la Guerra Civil y del período de posguerra. En parte, la necesidad de olvidar venía de un sentimiento de impotencia y porque la lucha por la supervivencia dominaba la vida. Más tarde, con los incrementos en los niveles salariales, y los ahorros de la familia, la preocupación predominante no era la política sino reunir recursos para comprarse un piso. Más que una "unidad afectiva", la familia era una institución económica que aseguraba la vivienda y otros logros materiales.

Los lazos sociales básicos de los padres de hoy se forjaron entre los amigos del barrio. Los barrios eran entidades homogéneas, pues la segregación de clase era la norma. Dentro de estos barrios predominantemente de obreros inmigrantes, se daba una especie de "solidaridad espontánea" una cohesión informal a base de niveles de vida compartidos y de pasatiempos recreativos comunes que estaban arraigados en el barrio. No seria pretencioso hablar de una "cultura de la clase obrera". Había determinadas experiencias comunes entre los amigos del barrio, de deportes, bailes, cultura inmigrante y unas condiciones económicas compartidas que brindaban un sustrato de "identidad de clase". Como muchos de nuestros entrevistados dijeron: "todos nosotros éramos anti-Franco... como una cuestión que caía por su propio peso... por el hecho de ser obreros, estar en alojamientos precarios, divorciados de las cosas agradables de la vida social...". Si el barrio, la calle, era el primer contacto real con la cohesión social (más allá de los límites de la familia), las primeras experiencias de trabajo, normalmente en una pequeña tienda, contribuían poco a forjar una conciencia social. Las horas eran muchas, el sueldo malo, y había pocos trabajadores con que "socializar experiencias". La primera experiencia laboral brindaba un trampolín hacia la independencia personal y más tarde al empleo en las fábricas más grandes.

A finales de su adolescencia o a principios de su veintena, los padres de hoy entraban normalmente en una de las grandes fábricas, SEAT, Olivetti, etc. Miles de jóvenes obreros inmigrantes se colocaban en empleos de producción masiva. Las experiencias comunes del barrio, una conciencia de tener como adversarios a las autoridades públicas (profesores, policía, clero) y las duras condiciones de trabajo transformaron a algunos de los padres en miembros de lascomisiones clandestinas de la fábrica.

La emergencia de una conciencia de clase se acompañaba del orgullo de formar parte de una empresa productiva moderna, del orgullo en el trabajo y de ser un trabajador. Aunque los salarios estaban por encima de los de las pequeñas tiendas, el empleo en las grandes fábricas no cambió drásticamente la suerte de la mayoría de los obreros. Lo que sí brindaba era seguridad a largo plazo y un sentimiento de continuidad, un poder pensar en términos de futuro.

La mayor parte de los padres, una vez se aseguraban el empleo e ingresos estables, solían casarse con su "novia" (normalmente una chica del barrio) y después de un periodo más o menos largo, solían empezar a pagar un piso. A diferencia de sus padres inmigrantes, las familias se limitaban a dos o tres hijos, con la madre que solía quedarse en la casa a criarlos. La mayoría de los obreros entablaban sus amistades de larga duración con sus compañeros de trabajo, compartiendo el almuerzo, un vaso de vino o una cerveza después del trabajo y alguna que otra visita familiar los fines de semana, especialmente si vivian en el mismo barrio. En el lugar de trabajo, los obreros desarrollaban un sentido de solidaridad contra los esfuerzos del empresario por fomentar la competición. Al ser uniformes tanto los niveles salariales como las condiciones de trabajo, se generaba un punto de vista de clase cohesivo. Los obreros individuales que tomaban la iniciativa de organizar sindicatos paralelos eran respetados y desplazaron gradualmente a los "sindicatos verticales del régimen". En algunos casos, los trabajadores que militaban, en su mayor parte del partido comunista, entraron en los sindicatos verticales para convertirlos en órganos representativos de la base.

La continuidad del empleo, la fuerte demanda de trabajo, la expansión de la industria y los altos índices de beneficio brindaban un clima propicio para la organización de sindicatos y para contratos de trabajo favorables. Las primeras huelgas que tuvieron lugar en las industrias principales (o la amenaza de huelgas) condujeron a sustanciales aumentos de salario y, lo que es más importante, a unas acrecentadas "conciencia de clase" y autoconfianza entre los trabajadores.

A lo largo de los años 70, los aumentos sustanciales de salario fueron la norma. Y al tiempo que aumentaban los sueldos, también lo hacia la solidaridad obrera, reforzada por el creciente movimiento antifranquista fuera de la fábrica. Los barrios se volvieron importantes áreas de organización social de la clase trabajadora. Las luchas para mejorar los equipamientos sanitarios y educativos, por la pavimentación y alumbrado de las calles, llevaron a muchos obreros a llevar su militancia de fábrica a las asociaciones de vecinos y de padres de alumnos. Y viceversa: Las luchas vecinales politizaron a los trabajadores, que llevaban el mensaje político a la fábrica. Las luchas en el lugar de trabajo y las vibrantes actividades vecinales se reforzaban unas a otras, creando un sentimiento de ciudadanía, una creencia en el progreso, y esperanza de cambios sociales reales.

Para algunos trabajadores, las luchas incluían una visión de una nueva sociedad socialista igualitaria. Según casi todos los trabajadores, el tardofranquismo y la Transición (aproximadamente de 1974 a 1979) fueron tiempos de una gran participación social, de optimismo en el futuro y del más fuerte sentido de solidaridad social. La mayoría fechan la caída de su activismo social y su desilusión creciente con el proceso político, en el advenimiento del gobierno socialista en 1982.

Para otros, la decadencia llegó antes, con los Pactos de la Moncloa, en los que el partido comunista y su sindicato. Comisiones Obreras, aceptaron limitar la política de clase independiente en aras de una subordinación del activismo popular a las campañas electorales.

El giro desde la solidaridad social y la visión social a unos puntos de vista "corporativistas" comenzó a afianzarse entre los padres hacia mediados de los 80, aunque una "solidaridad residual" se manifestó en dos huelgas generales masivas (14 de diciembre de 1988 y 27 de enero de 1994).

Muchos obreros sienten que el régimen socialista ha traicionado sus valores y su compromiso con el trabajo. Su adopción de la economía de libre mercado y su apadrinamiento de la legislación antitrabajo provocan un profundo desencanto de la política y de los políticos. La honda inmersión de funcionarios socialistas en prácticas corruptas y su apadrinamiento de grupos paramilitares intensificaron la desilusión. Los trabajadores expresan visiones pesimistas del futuro y poca esperanza de que la solución vendrá de los procesos electorales, aunque sigan votando. Incluso los sindicatos socialista y comunista, fuertemente burocratizados y dependientes de las subvenciones estatales, han perdido parte de su atractivo para muchos obreros. Los sindicatos son vistos ahora como meros organismos "de protección del empleo": para negociar cierres patronales, a fin de estipular compensaciones apropiadas, más que organizaciones con un proyecto político alternativo.

Los cambios a escala de la sociedad también afectan a los trabajadores mayores, en tanto que se giran hacia el consumo privado y el tiempo de ocio. Bajo las nuevas reglamentaciones laborales, que fomentan el trabajo temporal y refuerzan las prerrogativas de la dirección, el lugar de trabajo ya no es tanto un espacio de solidaridad como de competición. Muchos trabajadores mayores se lamentan de la falta de solidaridad; ya no encuentran la vieja camaradería. Cada vez más se vuelven hacia los amigos y la familia, fuera del trabajo. Puesto que éste queda devaluado con las cambiantes reglas laborales y las nuevas tecnologías, los trabajadores pierden el orgullo de su trabajo y buscan el retiro. El aspecto "social" de la división social del trabajo disminuye, mientras que la "división" entre los trabajadores aumenta.

Hacia finales de los 80 y principios de los 90, con cierres patronales frecuentes y la “racionalización" de la producción, los padres experimentan una inseguridad creciente en el puesto de trabajo e incertidumbre sobre su futuro. Están preocupados por las perspectivas poco prometedoras. Buscan el favor de los empresarios -a expensas de la solidaridad obrera- para conseguir empleo -aunque sea eventual- para sus hijos. Usan la influencia del sindicato para "negociar" con los empresarios su seguridad personal. Los trabajadores fijos a tiempo completo sienten cada vez más que son enclaves aislados en un mar de trabajadores eventuales mal pagados. Algunos se sienten vulnerables ante el empresario y la retórica estatal, que les acusa de “privilegiados" y "egoístas" cuando tratan de defender los niveles de jubilación o de salario. Saben que quienes les acusan son los que cobran sueldazos, los mimados y subvencionados "dueños" de los tiempos, pero carecen de los medios o de los media para contrarrestar el mensaje. En el trabajo, libran batalla de vez en cuando con los empresarios para convertir trabajadores eventuales en fijos.

Luchan por contratos donde los temporales disfruten de los mismos niveles salariales que los fijos. Intentan reclutar a los trabajadores jóvenes para sus sindicatos. Pero se desaniman ante los obstáculos legales, la intransigencia del empresario y la falta de militancia o interés de los trabajadores jóvenes, a los que ven en muchos casos como "interesados sólo en sus propias cosas".

En este contexto, muchos padres consienten a sus hijos sub o desempleados, les compran bienes de consumo y les subvencionan los fines de semana, pidiéndoles poco a cambio. Sin embargo, hay una tensión latente en la familia, a medida que la edad de los hijos dependientes se aproxima a la treintena. Los padres tienen que pagar las facturas, limpiar la casa y restringir su nivel de vida, y se van sintiendo así cada vez más exasperados. Tan pronto culpan a los "niños" por no encontrar empleo como maldicen al sistema que niega oportunidades o se sienten culpables por no haber podido "colocar" a sus hijos. Entre los trabajadores jóvenes hay una frustración creciente por el empleo inestable, el trabajo ocasional de subsistencia y la incapacidad para emanciparse y progresar. La tendencia es a aceptar las circunstancias, dar por sentado que los padres se hacen cargo de las facturas y sacar partido de las circunstancias tal como se van presentando. La mayor ansiedad es respecto a qué pasará si el padre se muere, o pierde el empleo. Este sistema de bienestar familiar se basa en la prosperidad y ahorros del pasado; la generación actual está viviendo de la prosperidad del ayer de sus padres. Puede que algunos hereden el piso en el futuro y tengan un techo sobre sus cabezas. Pero las perspectivas de trabajo se vuelven peores, no mejores, a medida que nos acercamos al final de siglo.

Dos generaciones de movilidad ascendente han llegado a su final definitivo. La exteriorizada prosperidad de aquéllos que gozan de empleos estables y bien pagados en Barcelona, ésos que llenan los bares y restaurantes de Gracia y el Barrio Gótico, contrasta con los no tan jóvenes trabajadores eventuales de 20 a 40 años que hacen durar la cerveza en la Plaza del Sol, codo con codo con los adolescentes.

El Gran Miedo que está obsesionando a España en general y a Barcelona en particular es la cuestión del "paro" y, más en concreto, del empleo eventual con salario mínimo. Los compromisos son raros, las aventuras provisionales se vuelven la norma en tanto que vivir juntos como pareja se vuelve económicamente no factible.

La ausencia de socialización temprana en los valores de la clase trabajadora (especialmente a través de la familia), y la "generosidad" o mala conciencia de los padres, limitan el surgimiento de un "movimiento juvenil" socialmente rebelde. La convergencia del desencanto y acomodación de la generación mayor con la despolitización de la generación joven es una razón para que, a pesar del sub y desempleo masivos, no haya movimientos sociales a gran escala.

La noción de un "mercado de trabajo dual" supone que las condiciones que determinan la dualidad son constantes. Ése no es el caso hoy en en España. Hay un proceso inexorable de homogeneización... hacia abajo. El porcentaje de trabajadores fijos disminuye y la proporción de contratos de trabajo temporales crece geométricamente. Con el tiempo, la gran mayoría de los trabajadores serán temporales. Junto al empeoramiento de las condiciones de trabajo, se da una creciente renta y riqueza de los negocios, bienes inmobiliarios e intereses comerciales. Aumenta el poder para contratar y despedir; la capacidad para imponer sueldos bajos y reclinar empleados de entre la masa de parados nunca fue mejor. España es, tal como la describió uno de sus antiguos ministros "socialistas" de Hacienda, uno de los países donde es más fácil acumular una gran fortuna. La otra cara del aumento de la inseguridad y de los bajos ingresos de los jóvenes trabajadores es la seguridad y los altos ingresos que corresponden a los abogados, ejecutivos y directores de las grandes y medianas empresas. Mientras que los jóvenes trabajadores vegetan en casa de sus padres, los nuevos ricos se compran casas de piedra románica de 40 millones de pesetas y se gastan otros 13 millones en "remodelarlas". Mientras que los ricos envían a sus hijos a estudiar a las Escuelas de Negocios de Harvard y Standford, o a la London School of Economics, o a una de las costosas universidades privadas de Barcelona, los hijos de la clase obrera hacen trabajillos ocasionales en la periferia de la sociedad. Para los pocos hijos de obreros que siguen adelante con sus estudios, las perspectivas en el mercado de trabajo tampoco es que sean particularmente brillantes.

En la enseñanza, la antigua avenida principal para ascender, la norma es ser un profesor "sustituto" que va de institución en institución durante años. O solicitar los trabajos donde antes contrataban a gente con el COU), o como dependientes en las librerías del centro, o de camareros temporales y recepcionistas de hotel en los centros de verano para volver luego a casa con sus padres. Aunque está claro que algunos jóvenes aún consiguen empleos "fijos" con sueldos decentes, y otros tienen posibilidades de conseguir la permanencia al final de sus contratos temporales, son una clara minoría.

¿DÓNDE ESTÁN LOS PROGRESISTAS?

Lo asombroso respecto al destino de millones de jóvenes mal pagados y subempleados sin futuro es la indiferencia de la sociedad, incluyendo la indiferencia de la clase media "progresista".

¿Dónde están los progresistas? Están activos, pero lo que les interesa es el dos por ciento de “marginales": los gitanos, los drogodependientes, las prostitutas, los inmigrantes; el acoso sexual, el racismo...cualquier cosa menos el destino de tres millones de españoles desempleados, los jóvenes trabajadores con contratos temporales y los que tratan de vivir del salario mínimo. No quiero ser malinterpretado. Por supuesto que estoy en contra del acoso sexual, la djscriminación y el racismo. Pero aquí y ahora, y en la estructura de clases española, la distancia entre los problemas sociales a largo plazo y a gran escala, y las actividades de los progresistas es escandalosa. ¿Por qué eluden su realidad nacional y social? Primero, porque no es peligroso luchar por los derechos legales de las pequeñas minorías: eso no comporta ninguna confrontación con el Estado y menos aún con los empresarios. Pero comprometerse en la lucha por los sub y desempleados implica confrontaciones muy duras y sostenidas con el Estado y los empresarios (y los medios de masas) porque esa lucha gira en torno a la distribución de los principales recursos económicos de la sociedad: los presupuestos que podrían financiar obras públicas para un empleo a gran escala en vez de subvenciones para corporaciones multinacionales; los beneficios empresariales que podrían financiar una semana laboral más corta y la contratación de empleados fijos. En segundo lugar, las luchas progresistas por las minorías (cambios simbólicos y reconocimiento legal) tienen el apoyo financiero de los gobiernos municipales o regionales. Las ONG y organizaciones similares brindan a los progresistas oportunidades económicas, segundos salarios en calidad de investigadores, educadores, asistentes sociales o abogados. Pueden así combinar una "buena conciencia" y la remuneración económica con una palmadita en el hombro de las autoridades locales.

Mientras tanto, la lucha de millones de sub y desempleados, si estuviera adecuadamente organizada, podría afectar a las políticas globales de las mismas benevolentes autoridades. Podría socavar sus esfuerzos por subvencionar a los promotores inmobiliarios urbanos y a los constructores que financian sus campañas electorales. Por esta razón, los esfuerzos para organizar políticamente a los sub y desempleados por empleos bien pagados contra los políticos neoliberales no reciben ningún apoyo financiero. En tercer lugar, la actual moda ideológica entre la clase media progresista pone en tela de juicio la noción misma de "clase". La retórica dice algo así como: "Clase es un constructo cultural que ha perdido su pertinencia". Los progresistas ahora están en conceptos del tipo "identidades sociales", "ciudadanía" y "derechos", en lugar de "clases", "conflicto de clases" e "intereses de clase". Ya que muchos de los grupos marginales están entre los segmentos más pobres, los progresistas alegan que es más "revolucionario" o radical luchar por ellos en vez de por los "privilegiados" españoles "que viven del salario mínimo".

Obviamente hay una necesidad urgente de unir fuerzas entre la clase media progresista y los trabajadores jóvenes sub y desempleados. El primer paso es una reflexión crítica por parte de los progresistas, sobre quiénes son, qué papel juegan en la sociedad, si forman parte del problema (en tanto que empleados del gobierno, profesores, profesionales) o de la solución. Tienen que preguntarse si están verdaderamente por la solidaridad con los explotados por el sistema o buscan simplemente nuevos vehículos de movilidad social.

La abrumadora mayoría de los jóvenes trabajadores raramente expresan apoyo de los "movimientos" promovidos por los progresistas; más importante aún, jamás mencionan ninguna relación sostenida con ningún intelectual progresista de clase media o con movimientos interesados en sus circunstancias sociales. Hay pocos espacios donde puedan encontrarse, incluso socialmente, y aún tienen menos en común en términos de actividades del tiempo de ocio.

Los progresistas están en sus pisos y tienen acceso a segundas residencias fuera de la ciudad para el fin de semana. La ruptura en el vínculo entre la joven clase obrera y la clase media progresista se expresa a todos los niveles: en la ideología, la música, los estilos de vida, el lenguaje y las condiciones materiales. Los lazos que existían durante el período antifranquista y la Transición son historia pasada. Los únicos parados por los que la clase media progresista se preocupa son sus propios hijos. El aislamiento social de los jóvenes trabajadores refuerza su sentimiento de impotencia social y confirma su punto de vista individualista.

LA NUEVA GENERACIÓN

Hay marcadas diferencias a todos los niveles entre los trabajadores jóvenes y los mayores. En primer lugar, en contraste con sus padres, los jóvenes trabajadores han nacido en una familia con un cabeza de familia estable y relativamente bien pagado. Aunque de ningún modo rica, la familia puede permitirse apoyar a los hijos a lo largo de la educación secundaria y proporcionarles fondos a discreción para diversiones. Mientras es materialmente segura, hay también estabilidad en el lugar geográfico de la familia: los antiguos patrones de la emigración no se reproducen. Los padres normalmente han comprado un piso y más a menudo un pequeño coche. Los hijos no suelen dejar el colegio por "necesidad económica"; la razón más corriente es el aburrimiento en la escuela, el deseo de ganar dinero para diversiones o el fracaso escolar. En comparación con sus padres, son una generación "mimada" (dentro de la familia). Si bien está ampliamente aceptado que en España existen "fuertes" lazos familiares, esto está relacionado, en gran parte, con el consentimiento de los padres en subvencionar a los hijos cuando son veinteañeros y más allá. Igual que sus padres, pocos trabajadores jóvenes nos hablaron de lazos profundos con los suyos, y prácticamente de ninguna discusión sobre sindicatos o cuestiones sociales o de la fábrica. De hecho, la mayoría expresaron pocos lazos afectivos y poca comunicación desde una edad temprana. En la mayoría de los casos los amigos, antes que los padres, eran el grupo principal con el que se formaban los valores sociales. La "familia" era principalmente una institución instrumental para salvaguardar la supervivencia y apenas una institución formativa dentro de la "preparación de una clase trabajadora". Los barrios donde crecieron los jóvenes trabajadores ya no son el terreno de la movilización de los debates sociales y la organización politica.

Hacia finales de los 80 y principios de los 90, las asociaciones de vecinos se habían convertido en apéndices del gobierno socialista, que administran los clubs de jubilados y tienen poca vida política interna. Sus padres, durante los últimos 70 y los primeros 80, eran activos en las luchas vecinales por mejoras sociales en infraestructura, educación y un gobierno local responsable. Muchos estaban involucrados en la lucha antifranquista y de algún modo crearon vibrantes asociaciones de vecinos y de padres de alumnos. En contraste, los jóvenes trabajadores alcanzan la edad adulta en un periodo en que sus padres se han "privatizado". Los movimientos sociales se han burocratizado. Los adversarios del gobierno se protegen con una careta de "constitucionalismo". Y sus necesidades básicas inmediatas las cubren unos padres con "mala conciencia". De aquí que el barrio no sea un mecanismo de socialización para introducir nuevos valores sociales de solidaridad sino, más bien, un terreno de encuentro informal para que los amigos se libren a pasatiempos privados.

Las asociaciones sociales existentes, organizadas por sus padres, no atraen su interés. La música y los bailes en los actos sociales del barrio son ridiculizados y los jóvenes se dirigen a los bares y clubs fuera del barrio para divertirse.

La decadencia de la cultura cívica del barrio alimenta el comportamiento "consumista privado" que los jóvenes reciben a través de los medios de masas.

El rock mercantilizado, con sus surtidos estandarizados de chaquetas negras, pendientes y peinados, brinda símbolos "externos" de "rebelión" que enmascaran la interiorizada conformidad con un estilo de vida consumista e individualista. Las amistades del barrio están desconectadas del lugar de trabajo y, en muchos casos, están divorciadas de cualquier discusión sobre problemas del "curro", conflictos sociales u organización política. En el pasado, el compartir experiencias personales y sociales reflejaba la imbricación entre trabajo, barrio y placeres personales. Para los jóvenes, hoy, los largos períodos de desempleo, la naturaleza transitoria y temporal del trabajo, el mal sueldo y la impotencia en el lugar de trabajo no son propicios a experiencias compartidas.

Encontrarse con los amigos es un tiempo para "olvidarse" del trabajo. Hablar de los miedos y las inseguridades del lugar de trabajo no levanta los ánimos en la barra de ningún bar; los malos sueldos son un símbolo de estatus de vergüenza; es mejor callártelo mientras apuras la cerveza e intentas arreglar para esa noche una comedia de representación única.

Aunque las amistades del barrio persisten hasta cierto punto, tienen lugar en un contexto totalmente distinto a las de sus padres, y también tienen un sentido diferente. Además, surgen divisiones entre una minoría que consigue empleo "fijo" y aquéllos que son eventuales o parados.

Los primeros empiezan a "independizarse", gastan más dinero y están en condiciones de entablar relaciones románticas estables si las circunstancias se presentan. Los eventuales, o no pueden permitírselas, o están tan enfrascados en su busca diaria de empleo que sus perspectivas se orientan hacia relaciones de "entrada fácil y salida rápida".

El esquema en el trabajo es "entrada difícil y salida rápida". La gran masa de jóvenes son hoy empleados temporales con contratos a corto plazo, de salario mínimo o por debajo de él en la mayoría de los casos. Su entrada en el mercado de trabajo bajo el régimen neoliberal es probablemente su diferencia más importante con sus padres. Éstos entraron en el mercado laboral durante el tardofranquismo, una época de empleo en expansión, donde el grueso de los empleos eran fijos y los aumentos de sueldo sustanciales estaban a la orden del día. En contraste, la mayoría de los jóvenes que han entrado en el mercado de trabajo hoy pueden esperar un largo período de desempleo o, con más probabilidad, empleo en la economía sumergida con sueldos por debajo del salario mínimo y con horarios irregulares. Los bastante "afortunados" como para conseguir un empleo son, en su aplastante mayoría, trabajadores temporales, la mayor parte de los cuales serán "rotados": renovados o despedidos, pero raramente convertidos en trabajadores fijos. A diferencia de sus padres, los jóvenes trabajadores temporales temen perder su empleo, meterse en sindicatos, y compiten con los otros eventuales.

A pesar del salario de miseria y las terribles condiciones de traba¡o, estos trabajadores expresan "pánico" ante la idea de "verse en la calle", porque piensan que pasarán una época muy difícil encontrando un nuevo empleo. Tal como un trabajador expresaba:

"El miedo al despido del empresario es hoy peor que la represión bajo Franco". Es una verdad profunda que durante el periodo franquista los trabajadores se hallaban en una condición colectiva común, unificada por una ideología política y "de clase" común. La dictadura, aunque represiva, solía afectar a un pequeño número de trabajadores y las víctimas eran con frecuencia reintegradas en su puesto, o al menos tenían el apoyo de toda la fábrica.

Los jóvenes trabajadores temporales de hoy no tienen seguridad en el empleo, y apenas organizaciones colectivas o apoyo: están atomizados y son vulnerables a los dictados del empresario, que tiene el sostén legal del Estado, el cual apoya sus arbitrarias acciones. Hoy la dictadura del mercado es un enemigo más formidable de los trabajadores temporales que el régimen represivo de Franco, con su mano de obra estable y su mercado laboral en expansión. Pocos trabajadores temporales expresan sentimientos de solidaridad con sus colegas. Entre los eventuales hay un sentido de competencia y desconfianza, condicionado por las escasas posibilidades de un empleo "permanente".

En relación con los trabajadores fijos mayores, hay una mezcla de envidia y resentimiento a partir del hecho de que "se ocupan de sus propios intereses" y tienen empleo protegido, y de vez en cuando un cierto reconocimiento de los esfuerzos de los sindicatos por conseguir empleo fijo.

Debido al miedo profundo a que cualquier expresión de solidaridad de clase pudiera contrariar a los empresarios, la mayoría de los trabajores temporales evitan unirse a ninguno de los sindicatos (o se unirán al sindicato "colaboracionista") o, si de veras se "afilian", ocultan su pertenencia.

Fundamentalmente la estrategia es aparecer como un empleado súper trabajador y "con espíritu de empresa", dispuesto a trabajar fuera de horas y a evitar relaciones conflictivas con el empresario. Sin embargo, cuando hay una huelga, especialmente si el grueso de los trabajadores son fijos, los eventuales se unen a regañadientes a la misma, aunque sin desempeñar ningún papel destacado. En parte, siguen el ejemplo de los trabajadores mayores, y temen que les estigmaticen como esquiroles, aunque expresan poca simpatía por las demandas salariales de los otros cuando su problema básico, la seguridad en el empleo, no forma parte de la lucha.

La pasividad general de los trabajadores temporales, no obstante, se rompe cuando sus contratos se acercan a la renovación o están a punto de concluir. Confrontados con el despido inminente, al darse cuenta de que todos sus esfuerzos por ser trabajadores "leales" no dieron como fruto el empleo fijo, no es raro que los eventuales se organicen, expresen abiertamente su descontento y se acerquen a los sindicalistas más militantes pidiendo ayuda. En la mayoría de los casos, sin embargo, su arrebato de "acción de clase" es efímero. A pesar de algún apoyo de los trabajadores fijos y de los sindicalistas, la experiencia de la lucha colectiva ha dejado a los eventuales con poco en lo referente a "conciencia de clase". En vez de eso, hay rabia contra los jefes y cinismo hacia los sindicatos y los trabajadores fijos "que se ocupan de si mismos". En cierto sentido, el "despido" refuerza, más que una radicalización, el sentido de aislamiento y una visión del mundo como algo regido por el interés propio más egoísta. Como excepción, una minoría expresa un cierto respeto por la valentía y la solidaridad de los militantes en una batalla perdida de antemano (especialmente cuando un sindicato o un grupo de trabajadores fijos "dieron la cara" por ellos). En caso de que las luchas hubieran conducido a la inauguración de situaciones de empleo fijo, no es infrecuente que alguno de los antiguos trabajadores temporales se afilien a los sindicatos que llevaron la lucha. No es éste siempre el caso, sin embargo. Un número considerable de eventuales que se convirtieron en fijos, una vez han asegurado el empleo no se afilian a ningún sindicato o se unen a un sindicato conservador, en parte porque ofrecen "favores personales" o porque están interesados en hacer horas extraordinarias y aumentar su poder de consumo.

Aunque el empleo fijo es un estatus muy deseado por los trabajadores jóvenes, la mayoría están insatisfechos con su trabajo y tienen poca identificación con la fábrica o nada que se parezca a una cultura de la clase obrera. El empleo es un sitio donde trabajas, ganas dinero y te socializas en otra parte. En contraste con sus padres, que sentían una identidad u orgullo de formar parte de una fábrica bien conocida, de ser miembros de un sindicato, y tenían amigos cercanos en el trabajo, para la mayoría de los trabajadores jóvenes el trabajo es un aburrimiento, el sindicato "está ahí", y con los compañeros compartes una cerveza o no. La cuestión es hacer tiempo hasta el fin de semana o las vacaciones de verano, o comprarse un equipo de alta fidelidad. La consecución del "empleo fijo", cuando no se ha obtenido a través de la lucha colectiva, tiende a "confirmar" la actitud "conformista-consumista" entre los trabajadores temporales. Sin recibir una "perspectiva de clase" de la familia, el barrio o los amigos, y sin haber formado parte de una lucha política equivalente al antiguo movimiento antifranquista, muchos jóvenes trabajadores fijos sucumben fácilmente a la ideología individualista del "sólo miro por mí". Sin embargo, a una minoría de jóvenes trabajadores les han influido los viejos obreros militantes, se han vuelto activos en el sindicato y, en algunos casos, han salido elegidos como "delegados" de fábrica. En ciertos casos, esto obedece a lazos previos con movimientos políticos o sociales, o porque los sindicatos tuvieron un papel activo a la hora de asegurar empleo. En otras ocasiones, convertirse en delegado de fábrica es visto como un vehículo para conseguir tiempo libre de un trabajo aburrido, o influencia de cara a un objetivo personal, o se hace por frustración, tras alguna petición denegada. Lo que más frecuentemente se encuentra en los jóvenes militantes sindicalistas, sin embargo, es un disgusto con su trabajo y un deseo de irse a otra cosa. Dentro de la fábrica o fuera. El trabajo de fábrica se ve como un medio de "ahorrar" para eventualmente abrir un pequeño negocio, editar una revista musical o volver a la educación superior. A pesar de que el empleo fijo es un "premio" muy codiciado, una vez se consigue pierde rápidamente su "lustre" y empieza el descontento con el puesto de trabajo. Este descontento tiene dos caras. Por un lado, da pie a soñar con otros tipos de trabajo, o a fuertes deudas por bienes de consumo. Pero, por otro lado, brinda una base para llegar a formar parte de una acción militante. Sería un error trazar hoy una línea estricta entre los trabajadores jóvenes y los mayores. Aunque es verdad que muchos de estos últimos mostraron en el pasado mayor conciencia de clase que los jóvenes trabajadores contemporáneos, gran parte de la vieja solidaridad y sentimientos colectivos se han disipado. Muchos de los trabajadores mayores han sido ellos mismos alcanzados por la idiosincrasia consumista; muchos se ven enredados en favores personales con el sindicato y la empresa a fin de asegurar empleo para sus hijos. Si manifiestan más lazos con los sindicatos y disposición a la huelga, esto suele ir ligado a estrechos intereses "corporativos".

Así, mientras algunos jóvenes trabajadores fijos están disponibles para la actividad sindical, muchos trabajadores mayores han perdido gran parte de su solidaridad de clase. Todo esto tiene lugar en un contexto de inseguridad general entre todos los trabajadores. Las políticas anti-laborales del régimen neoliberal, la movilidad de las corporaciones multinacionales y la nueva legislación laboral que facilita los despidos y los cierres patronales, han creado un sentimiento general de miedo entre los trabajadores jóvenes y mayores, entre los fijos tanto como entre los temporales. El miedo ha reducido la disposición de mucho trabajadores fijos a comprometerse en huelgas a favor de mejoras. En la mayoría de los casos, las huelgas tienen lugar contra nuevas pérdidas salariales o de protección del empleo, o cierres patronales. Las luchas son a la defensiva. A falta de ataques directos, la mayoría de los trabajadores se "bunkerizan" y tratan de "evitar conflictos" o consolidan lo que han logrado. En este contexto, la mayoría de sindicatos y partidos políticos de izquierda ya no ofrecen una visión de una sociedad alternativa a la pesadilla neoliberal. A lo sumo, intentan atenuar los golpes: privatizaciones graduales, menos pérdidas de empleo, mayores indemnizaciones a los trabajadores despedidos, etc. En cierto sentido, los dos sindicatos principales (al menos sus cúpulas) han sido asimilados dentro del proyecto neoliberal. Critican sus excesos y piden más gastos sociales, a cambio de compartir los argumentos de productividad de los empresarios. A falta de una referencia "sindical", no es sorprendente que la mayoría de los jóvenes trabajadores se vuelvan hacia soluciones "individuales" y que unos pocos comiencen a orientarse hacia los sindicatos minoritarios más radicales.

Emparedados entre unos trabajadores temporales que se ajustan de cara al exterior a la imagen que tienen los jefes del "buen trabajador", y unos trabajadores mayores que luchan por asegurar su longevidad y su jubilación, los jóvenes trabajadores fijos carecen de un contexto que encienda la rebelión (huelgas salvajes, acciones en el trabajo). En una palabra, aun suponiendo que a través de intercambios con la familia, el barrio o el puesto de trabajo, los jóvenes trabajadores fijos adquirieran "conciencia de clase", las condiciones globales no facilitan su expresión.

EN RESUMEN

La nueva generación de jóvenes trabajadores eventuales carece de continuidad en el trabajo y en sus relaciones personales aparte de la familia, que les permita duplicar la vida de sus padres.

El neoliberalismo derriba las tradiciones, las costumbres y la continuidad en el puesto de trabajo. Socava la formación de nuevas familias y perpetúa la "familia extensa" de un modo anormal. El poder de los capitalistas para contratar y despedir, renovar o cancelar los contratos de trabajo, crea un sentimiento de transitoriedad que mina los lazos personales y sociales, así como el sentido de autoestima. En la mayoría de los casos, los trabajadores temporales están atormentados por la inseguridad: cómo reaccionar ante abusos del empresario (exigencia de horas extras sin pagarlas).

En un contexto de contratos de trabajo vulnerables, dependen del empresario y al menos en un caso de nuestros encuestados preguntaron al patrón si debían unirse a una huelga general, conducta que provocó la risa del padre, un curtido activista sindical. Pero risas aparte, ¿dónde estaba el padre todos aquellos años para enseñar los valores de la clase obrera y dónde estaban los sindicatos cuando se aprobó la nueva legislación laboral, que facilitaba los contratos de trabajo temporales?

La inseguridad personal va ligada a relaciones transitorias; las historias personales son una serie de buenos y malos episodios desconectados entre sí. Todo lo cual refuerza un sentido de "egocentrismo" y una carencia de facto tanto de solidaridad como de capacidad para mantener relaciones serias a largo plazo. El problema de organizar a los jóvenes trabajadores temporales estriba no sólo en los obstáculos "objetivos" creados por una legislación laboral adversa, un Estado hostil y unos empresarios agresivos; es también subjetivo. Se necesita contrarrestar la ideología egocéntrica y atomizadora que ha ganado ascendiente entre muchos trabajadores temporales fuertemente explotados y marginados, los cuales fácilmente aceptan críticas al sistema y quieren sacar beneficios de todas las huelgas, pero se siguen resistiendo a compromisos sociales que atenten contra sus gratificaciones inmediatas. Los movimientos puramente "instrumentales", o movimientos por puntos concretos en pro de un "trabajo digno" o "empleos", es poco probable que conduzcan a ningún tipo de movimiento que haga camino. Lo que es fundamental es la necesidad de educar en nuevos valores socio-culturales, que brinden una comprensión más profunda de las relaciones entre el descontento privado y la realidad social; y cómo las experiencias sociales cotidianas del trabajo y la lucha colectivos brindan la base para una visión social alternativa de la sociedad, el Estado y el trabajo.

TRANSCRIPCIÓN DE LAS ENTREVISTAS HABLAN LOS TRABAJADORES

CARLOS

Tiene 23 años. Vive en la Zona Franca de Barcelona y está empleado en la planta automovilística de SEAT. Tanto mi padre como mi madre eran inmigrantes. Mi padre, de La Rioja y mi madre, de Sevilla. Hablo poco con mi padre. Ellos querían que estudiara una carrera. De hecho, terminé el instituto y pensaba en la universidad. Pero con 18 años, lo que tenía eran ganas de salir. Dejé los estudios de lado, faltaba a clase. Mi padre dijo que si no quería estudiar tendría que trabajar. Trajo a casa una solicitud para un contrato de seis meses en la SEAT. Trabajé durante tres años con contratos temporales de seis meses. Ninguno de mis amigos tenía trabajo. Les invitaba a copas. La calle, más que la casa, era el lugar donde hacer vida social, la plaza del barrio, el bar; más tarde lo fue el centro de Barcelona.

Solíamos encontramos en el complejo deportivo de la SEAT, pero luego lo cerraron. Mis mejores amigos son del barrio, no del trabajo. Hay distintas pandillas en el vecindario, pero las diferencias no son tanto políticas como de estilo de vida. No me preocupaban los contratos temporales. Me saqué el permiso de conducir, ahorré dinero y me compré un SEAT de segunda mano. Lo utilicé hasta que se cayó a trozos. Luego me compré otro coche que estaba hecho polvo Trabajo con robots, los monto. Se tarda 30 segundos en montar un robot. Tenemos dos pausas de diez minutos y veinte minutos para comer. Trabajamos siete horas y veinte minutos al día. En mi sección hay 40 trabajadores. Me relaciono con tres de ellos. Tengo más amigos en el barrio que en la fábrica.

Trabajo en Martorell y tengo que levantarme a las 4.30 horas de la mañana para coger el autobús que sale a las 4.45. Comenzamos a trabajar a las 5.45 horas. Casí todos dormimos durante el trayecto. Apenas hablamos.

TRABAJO

El trabajo no es satisfactorio. Entre el trabajo y viajes pierdo de 11 a 12 horas. El salario no está mal pero el ambiente si. Cada uno va a su aire. Eres número. Nunca están satisfechos, no valoran lo haces. Nadie se preocupa de los demás. Todos tentan subir. La empresa fomenta las aspiraciones personales, no hay solidaridad. No me considero radical. Sólo intento vivir de acuerdo con mis convicciones. Mi padre, que trabajó en la SEAT durante 30 años, se siente parte de la empresa. Está jubilado, pero vivió con la SEAT. Para mi la SEAT es un trabajo como otro cualquiera. No me satisface. La gente que ha estado en la empresa durante tan años, como mi padre, se identifica con la SEAT. Para ellos el mundo era la empresa. Cuando dejaron trabajar se sintieron perdidos. Sus amistades estaban en la fábrica; tenían muchas relaciones en la fábrica.Cuando se jubiló fue difícil. Estaba muy nervioso y le costó mucho adaptarse. Conozco a poca gente del trabajo. El círculo de amistades comienza cuando termino de trabajar, fuera de la SEAT. Cuando empecé, el trabajo en SEAT estaba bien. Después de trabajar hacíamos deporte . Luego cerraron el complejo deportivo y me trasladaron a otra factoría. Ahora, después de trabajar, lo que e apetece es olvidarlo todo hasta el día siguiente.

El trabajo eventual ha hecho que perdamos el espíritu de compañerismo, despiden a la gente. Cada uno va a su aire, se trabaja fuera de horas, agotándonos unos a otros. La nueva factoría de Martorell no tiene club de deportes. No quiero vivir allí. No me gusta condicionar el lugar de residencia al trabajo. Para mí lo importante es estar cerca de los amigos, no del trabajo.

ASPIRACIONES

Nunca he definido mi vida. No sé. No quiero estar allí (SEAT) toda la vida. Pero, ¿adonde voy? Lo único bueno es que estoy acostumbrado a estar allí. No me atrevo a dar el paso e irme. No veo otras cosas. Mi máxima aspiración es no ser como mi padre. Estoy preocupado porque despiden trabajadores. Estamos pasando tiempos difíciles. Hay demasiada mala competencia; has de tener cuidado con otros trabajadores en los que no puedes confiar. Algunos quieren tener buenas relaciones con los capataces. Yo no me empeño en tener buenas relaciones. Hago mi trabajo. Algunos trabajan menos, pero mantienen buenas relaciones. Hay mal ambiente, se buscan favores. Tengo más confianza con mis amigos fuera del trabajo que con los conocidos del curro. Cuando organizamos actividades fuera del trabajo no se lo cuento a mis compañeros.

ACTIVIDADES CULTURALES

Formo parte de una liga de fútbol, juego en un equipo del barrio. Entrenamos dos veces por semana y jugamos los sábados o los domingos. Yo juego, pero me gusta mirar. Me gusta la competición. Hay 16 equipos en la liga. Vamos los onceavos. En sus inicios el equipo lo fundó la SEAT. Ahora tenemos que pagar: 25.000 pesetas para alquilar el campo. Me gusta la ciudad. La música, pop, rock. No me siento andaluz, aunque llevas algo dentro. Tampoco me siento catalán. Estoy aquí porque estoy aquí. No me identifico con nada. No creo que sea bueno que me obliguen a hablar catalán. Lo hablo y lo entiendo; si alguien lo quiere estudiar, perfecto. Esto aún es España. Los catalanes están intentado imponerlo.

SINDICATOS

Todos los sindicatos son corruptos. No creo que defiendan a los trabajadores. Estoy en la CGT, que está menos ligada a los partidos. Asisto a las asambleas de la fábrica. Quiero estar informado. No participo. El sindicato socialista UGT favorece a la empresa y actúa como un partido político, hace un montón de propaganda. Organizan huelgas antes de las elecciones sindicales, y luego desconvocan las manifestaciones para firmar acuerdos desfavorables con la empresa.

No confío demasiado en los sindicatos. El sindicato CGT tiene más ganas de luchar, aunque tampoco me convencen. Mantengo buenas relaciones con algunos de los trabajadores más veteranos. No tengo ningún problema generacional. Los trabajadores jóvenes son el problema más grande. Están más reconcentrados en sí mismos que los mayores. Los trabajadores jóvenes están más preocupados por los bienes de consumo. Mientras tenía contrato temporal no estaba afiliado.

Comencé a formar parte del sindicato año y medio después de que me hicieran fijo. Cuando trabajaba como eventual los sindicatos no se preocupaban de nosotros. Con el tiempo he ido teniendo contacto y he consultado a la CGT. Son más cercanos a mi forma de pensar, son menos corruptos, están más a favor de los trabajadores. Los partidos políticos son diferentes. No confío en ellos. La política es engaño. Los que están arriba se aprovechan. Mis ideas están a la izquierda, pero no me considero un radical. Algunos de mis amigos sí lo son. Nunca me he metido en política. No me convence. Los partidos se aprovechan. Yo me muevo con la gente. Participo en las huelgas, en las acciones solidarias. No voy a las movilizaciones de la ciudad. Organizamos fiestas alternativas en el barrio, pero la gente mayor se queja. No les gusta el rock'n'roll, no quieren cambiar. Ellos contratan una orquesta. No tenemos los mismos gustos.

ENRIQUE

Tiene 23 años. Ha pasado la mayor parte de su vida en Barcelona (Zona Franca). Sus padres son de La Coruña y de Burgos. Su padre trabajó durante 30 años en SEAT. Terminó la EGB y estudió cuatro años de formación profesional antes de dejarla.

INFANCIA

No me gustaba el colegio. Tampoco tenía demasiada presión familiar. La formación profesional no era importante para conseguir un trabajo en la SEAT. No había ninguna relación entre lo que habías estudiado en la escuela y lo que hacías en la SEAT. Todos mis parientes trabajaban en la SEAT.

Pasaba mucho más tiempo con mis amigos que con mi padre. Los únicos momentos en los que la familia me importa es durante las vacaciones. Todos mis amigos son del barrio. Mientras iba haciéndome mayor, todas nuestras actividades se organizaban alrededor del complejo deportivo de la SEAT. Lo cerraron hace un año y medio. La asociación de vecinos la lleva gente mayor y tenemos poco en común. Todos los bares de los alrededores cierran a la una. Pasada esta hora tienes que salir del barrio. Seguiré viviendo aquí porque no tengo alternativa.

EMPLEO

En 1990-91 firmé mi primer contrato de seis meses con la SEAT. Firmé cuatro contratos. Ahora estoy cobrando del paro. Con el contrato temporal, cobraba lo mismo que un trabajador fijo, aunque es más fácil que te echen. No me preocupa estar sin trabajo, vivo con mi madre. Si tuviera deudas o un piso y familia sería un problema estar en el paro. Una madre nunca te echa. La familia es importante.

Trabajaba en la cadena de montaje. El ritmo de trabajo variaba, el trabajo era aburrido, repetitivo. La mayoría de mis amigos eran del barrio, más que del trabajo. No tuve ninguna relación con el sindicato socialista UGT ni con el comunista CCOO. Algunas veces con el sindicato CGT. Iba a las asambleas de la fábrica. Intenté organizar a los trabajadores eventuales para presionar a la SEAT a que renovaran nuestros contratos, a través de contactos personales. Eramos 1.500. UGT y CCOO no apoyaron nuestro colectivo. Los sindicatos son como los políticos. Prometen mucho y no hacen nada. Los sindicalistas viven bien y no trabajan en la empresa. Nuestros padres están acomodados. Se aseguraron sus prestaciones y por miedo a perderlas no se solidarizan con nosotros. Los trabajadores jóvenes sólo trabajaban para conseguir bienes de consumo y no se preocupaban de las condiciones laborales. La mayoría comenzó a reaccionar en el último momento, cuando los contratos estaban a punto de vencer y no iban a ser renovados. Mientras trabajo lo único que me preocupa es que me paguen. No soy leal ni me importa la fábrica. Antes de que me echaran ganaba 130.000 pesetas al mes en la SEAT. La mayoría de los empleos de ahora te ofrecen 60.000 pesetas; cuanto más trabajas, menos ganas. En cuanto a perspectivas de trabajo en el futuro, hay pocas cosas: 60.000 pesetas sin ningún tipo de prestación social son para chicos de 18 años o muertos de hambre. Podría aceptar trabajar por 100.000 pesetas, o incluso por 90.000. Mientras tanto, mato el tiempo en el bar y me voy de marcha hasta que se me acaba el dinero del paro. No quiero pensar en el futuro o en lo que haré cuando tenga 30 años. Ahora quiero vivir y no preocuparme por el futuro.

En cuanto a mis relaciones con mujeres, creo que es aburrido verlas con demasiada frecuencia. Las mujeres no quieren depender de los hombres, o al menos eso es lo que dicen. Por lo que respecta a los movimientos sociales, hay pocas posibilidades. La situación continuará como hasta ahora. Todo depende de lo que haga la gente que tiene el dinero. Para que las cosas cambien, le tiene que ir mucho peor a mucha más gente.

MANUEL

Tiene 52 años y trabaja en Lucas Diesel en Ripollet. Su padre nació en Alicante, trabajaba como jornalero. Emigró a las minas de cemento de Gavá, y fue reclutado como esquirol. Más tarde trabajó en la construcción.

Mi padre era analfabeto y combinaba el trabajo en el campo con la fábrica. Tenía un gran respeto por la educación. Quería que yo fuera ingeniero, pero a los 14 años decidí dejar el colegio y trabajar en un taller mecánico. Respetaba mucho a mi padre, pero raramente hablábamos. Iba del trabajo a casa a cultivar su huerto, su principal distracción. Durante la República mi padre fue un miliciano anarquista, pero las luchas entre los partidos le decepcionaron y abandonó la política.

Nací en Ripollet, en un barrio de clase obrera. Había muchos trabajadores de empresas textiles y de embalaje, de pequeños talleres, obreros de la construcción y jornaleros. Allí no había falangistas.

La solidaridad se vivía día a día; los niños se dejaban en casa de los vecinos para ir a trabajar. Todos se conocían. Cada familia tenía su apodo. Mis padres primero estaban de alquiler, luego, a mediados de los 50, compraron una casa. Respetaba a mi padre aunque era autoritario. Mi madre me crió. Las actividades familiares eran escasas, algún que otro domingo íbamos a buscar setas. Mi vida social eran los compañeros de la calle. Había rivalidades entre las pandillas de distintas calles, fútbol en la calle, y de vez en cuando peleas. Viví en casa de mis padres hasta que me casé. A finales de los 60 nos compramos un piso. Tenia 26 años. Terminé la EGB, pero no seguí estudiando. Quería compensaciones económicas inmediatas. Dejé los estudios para trabajar y poder pagarme excursiones de fin de semana, ir a bailar y a fiestas. Lo normal era dejar la escuela a los 14 años y comenzar un aprendizaje de cuatro años. Trabajé en un pequeño taller con otros cuatro trabajadores y seis aprendices. Daba toda mi paga (75 pesetas) a la familia y ellos me devolvían 25 pesetas para mis gastos. A mediados de los 60 había más demanda que oferta laboral. Podías cambiar de trabajo y mejorar el salario. Entré en Lucas a mediados de los 60. Era una empresa nueva y la mayoría de los trabajadores tenían menos de 35 años. Yo tenía 19.

La fábrica estaba situada en Sant Cugat, y la mayor parte de mis compañeros de trabajo no vivían en esa ciudad. Nuestras relaciones eran sinceras y abiertas. Trabajábamos desde las ocho de la mañana hasta las siete menos cuarto de la tarde. Al principio casi todos mis amigos eran de mi antiguo barrio, de fuera de la empresa. Descubrí la perspectiva de clase y la ideología en la fábrica, de manos de trabajadores veteranos provenientes de otras fábricas. Comencé a relacionarme menos con mis amigos del vecindario y encontré más cosas en común con mis compañeros de trabajo. Ahora mis mejores amigos son de la fábrica. Hacemos vida social en el trabajo. Con mis compañeros de trabajo comparto el tiempo de las luchas sociales, en el sindicato, las cuestiones del trabajo, y con mis amigos de la ciudad comparto el tiempo de ocio. En la ciudad soy miembro de una coral y de un club deportivo. Durante la época de Franco la iglesia tenía un centro social que organizaba salidas, scouts, grupos de teatro, ajedrez y ping-pong, asi como educación en los valores católicos. Tenía una mentalidad muy abierta. Antes, durante la República, el bar era el lugar de encuentro. Yo era activo, tanto en el vecindario como en el trabajo.

En mi vida política hay tres períodos: Franco, la Transición y la democracia. Era más activo antes de la democracia. Temamos metas comunes, conectábamos las ideas con la práctica diaria y un fin común. Subordinábamos nuestras diferencias. Con la llegada de la democracia comenzaron las diferencias, las divisiones, las rivalidades personales, las etiquetaciones partidistas; los esfuerzos por imponer "la verdad" acabaron con las asociaciones.

TRABAJO

La ciudad y los barrios apoyaban las huelgas locales. Incluso los pequeños empresarios apoyaban a la clase trabajadora. Yo me sentía obrero. Cuando entrabas a trabajar en una fábrica conseguías un empleo de por vida, un contrato de por vida y por ley. Podías hacer planes de futuro. Yo estaba ligado a mi trabajo. Orgulloso de hacer un buen trabajo. Mi trabajo era interesante. No era un peón. Veía todo el proceso. Era jefe de sector. Podía observar la evolución del producto a medida que se incorporaban las innovaciones. Hubo una huelga general en 1973 y despidieron a muchos trabajadores. La fábrica creció de cien trabajadores en 1973 a 1.300 en 1980. Hasta 1980, la mayoría de los trabajadores compartían un punto de vista común, después cambiaron. Antes compartíamos las preocupaciones y el origen, las luchas sociales y contra Franco. Después de 1980 los trabajadores pasaron a ser más individualistas, estaban desorientados en lo que respecta a las clases, afiliación a sindicatos, propiedad de la empresa (pasó de propiedad catalana a británica), les faltaba una orientación socio-política. Desaparecieron los aprendizajes. Mediante las negociaciones colectivas se volvió a introducir el aprendizaje. Los sindicatos intervinieron en la selección de aprendices. De esta forma podían reclutar cuadros sindicales y proporcionar educación social. Recientemente la empresa terminó con el programa. El trabajo es importante. Me sentí perdido después de perder el empleo. Pasé tres años en la calle después de que me despidieran por participar en una huelga. Que me pagaran por no trabajar fue un golpe.

FAMILIA

Tengo cuatro hijos. El mayor es licenciado en Psicología, el segundo trabaja como vigilante nocturno. Los otros dos aún están estudiando. Ahora la vida familiar es distinta. El contexto urbano es diferente. Antes la calle era nuestra. En la escuela siempre he estado cerca de mis hijos. Era el entrenador del equipo de baloncesto. Era activo en la asociación de padres. Yo respetaba más a mi padre de lo que ellos me respetan a mí. A los 15 años contribuía a la economía familiar. Mis hijos no participan (edades: 24, 22, 19 y 18). Lo que ganan es para sus gastos. Mi hijo, el licenciado, está vendiendo libros con un contrato eventual de seis meses.

SINDICATOS Y POLÍTICA

Al principio, bajo el régimen de Franco, no había sindicatos donde yo trabajaba. Sobre 1969 se creó un sindicato clandestino. Hablábamos de las relaciones laborales, los sueldos, la estructura de la toma de decisiones, [ajusticia social. Tenia una visión de "toda la empresa": los beneficios de la empresa crecían a más velocidad que los salarios. Comenzamos a organizamos alrededor de amigos en los que podíamos confiar. Nos convertimos en el grupo dominante de la fábrica. Eramos el único sindicato democrático.

La UGT, CNT, CGT y Comisiones no existían. Comisiones Obreras no era un sindicato, se basaba en comités de empresa. Una vez legalizado el partido comunista, éste se apoderó de CCOO. Eran mayoría en casi todos los sindicatos, pero no en nuestra fábrica (Lucas). Al principio los partidos fueron la esperanza, para hacer realidad, mediante el poder político, cambios básicos. E! engaño fue tremendo. Los partidos socialista y comunista, una vez legalizados, nos vendieron en busca de cargos en el aparato de Estado y de subvenciones públicas. Sacrificaron nuestras demandas sociales por provecho personal y político.

La mayoría de los empleos en la sección de reparaciones y mantenimiento de la fábrica están subcontratados a jóvenes con contratos eventuales. Yo hago el turno de noche y la mayoría son eventuales de entre 18 y 27 años. La empresa contrata trabajadores y les da cursos que les adoctrinan en cómo la firma es un padre para ellos. Fin la mayoría de sitios los eventuales ganan el 50% del salario normal. En Lucas, los eventuales cobran lo mismo que los fijos gracias a nuestro sindicato.

JULIO

Tiene 49 años y es estibador. Mi padre era catalán, nacido en Barcelona. Vivió lejos de casa, en Palma de Mallorca. A mí me crió mi madre. Mi madre era dura, imponía disciplina. Yo ayudaba a mi madre en la casa. Para ella mi educación era importante, pero yo no quise estudiar. Quería trabajar. Nunca hablamos de una carrera. Deseaba un trabajo cualificado. Vivíamos en Barcelona. Mi padre era rojo y pasó un tiempo en un campo de concentración de Franco. Era recluta, pero al finalizar la guerra ya era capitán. Vio muchos pelotones de ejecución. Le daba miedo hablar de cualquier cosa que tuviera que ver con la guerra o con la República, incluso en casa. Vivíamos en un barrio de clase trabajadora. La gente se sentaba en las escaleras y compartía la comida con los vecinos. Yo crecí en el seno de una familia grande, con tíos y abuelos, y tenía muchos amigos en el barrio. A los 13 años dejé el colegio. Era muy autoritario, pero nos daban de comer. Trabajé de aprendiz en un taller durante tres años por 75 pesetas semanales. A los 24 años, en 1969, conseguí este trabajo como estibador y ganaba 3.500 pesetas semanales. Las condiciones laborales eran malas. Fui trabajador eventual durante dos años. El trabajo se adjudicaba de acuerdo con la antigüedad. Pasados dos años conseguí un trabajo estable. Al principio sólo existían los sindicatos verticales del régimen de Franco. Los sindicatos autónomos comenzaron a organizarse en 1973-75, al final del franquismo. Manteníamos buenas relaciones laborales: la amistad antes que el trabajo. Los amigos entraban juntos a trabajar, comíamos juntos y nos tomábamos algo después del trabajo. Los días que no había trabajo en el muelle íbamos a Castelldefeis a comer y jugar al fútbol. La mayor parte de la vida social estaba en el trabajo. Después de casarme nos mudamos y mi vida social decayó. De vez en cuando salgo con mis compañeros de trabajo sin la mujer. Fui más activo durante el periodo de Transición. Participé en la huelga de 1980. Me despidieron y la caja de resistencia me mantuvo.

Éramos mas activos y teníamos más esperanzas que ahora. Desde que cambié de vecindario he perdido el sentimiento de pertenecer a un barrio. Sólo nos encontramos en los ascensores. La calle y los pisos inhiben las relaciones entre vecinos.

TRABAJO

Me siento como un jubilado. Me gustaba el trabajo en el puerto. Me gustaban las relaciones que manteníamos en el pasado. Ahora hay menos solidaridad. Antes los trabajadores te cubrían si llegabas tarde o no ibas un día. Ahora la actitud es que la empresa tiene el mando. Yo estaba orgulloso de ser un estibador. Podías discutir con el dueño de la empresa. Teníamos fuerza. La estamos perdiendo. Eramos más independientes. El capataz y los trabajadores se mezclaban. Ahora todos van con el culo prieto. Cada día es más difícil. Hay presiones constantes desde arriba. Dicen que ahora somos más profesionales. Yo no lo creo. Antes teníamos capacidad para resolver los problemas. Ahora tenemos que estar pendientes de los "coordinadores". Por culpa de las presiones de arriba, los trabajadores se han vuelto miedosos, tienen pánico a mojarse. Apenas conocemos a ninguno de los nuevos trabajadores. Hace veinte años había 2.000 trabajadores, ahora hay 500.

Todo se ha automatizado. No me gusta el nuevo sistema de trabajo. Me eligieron delegado, pero el sindicato no nos apoya. Hacemos horas extras cuando hay gente esperando conseguir un empleo. No hay solidaridad.

CICLO DE VIDA

Me casé a los 23 años. Tenía un trabajo fijo. Tengo tres hijos y un piso. Lo compré. En casa nunca hablamos de temas sindicales. Todos mis hijos viven en casa, todos con trabajos eventuales. Los mejores años fueron los de finales de los 70. Mi salario subió a 45.000 pesetas semanales; en los 90 se estancó. Tengo una segunda residencia cerca de Vic, que compré hace seis años. Nunca he estado afiliado a ningún partido político, pero voto a Convergencia. Voto a "los de casa". Mi hijo acaba de conseguir un trabajo en la nueva policía autonómica de Cataluña. Gana 200.000 pesetas al mes. Soy perezoso, me quedo en casa, miro la tele, y en Vic voy en bicicleta. No me reúno con los otros trabajadores que aún viven en la Barceloneta. Quiero dejar de ser delegado sindical. Hay demasiados conflictos con los funcionarios sindicales. Han sido líderes demasiados años y tienen más cosas en común con los jefes que con los trabajadores. Los trabajadores les apoyan a cambio de favores para que sus hijos puedan quedarse con su trabajo cuando se jubilen.

No soy ambicioso. Estoy contento con mi vida. Soy un burro, pero he sido capaz de sacar adelante a mi familia. Me ha salido bien. Gano 300.000 pesetas al mes contando horas extras.

JOSÉ MARÍA

José María tiene cincuenta años y trabaja en la Olivetti. Mi padre era de Cádiz. Emigró a Cataluña en 1940, vivió en barracas hasta 1962 y luego se mudó al Besos. Después a Nou Barris y compró una casa. Tuvo varios trabajos simultáneos, principalmente en los tranvías. En 1930 era falangista y luego activista del partido comunista. En casa nunca hablamos de política.

Viví en el Barrio Chino hasta los cuatro años, luego en barracas en Montjuíc. Todos eran andaluces, casi todos obreros de la construcción; compartían la comida, se oponían a Franco, pero tenían miedo de expresarlo. Comencé a ir al colegio a los 9 años, a la Virgen de la Merced, una escuela privada católica; dejé la escuela a los 13 años. Comencé de aprendiz en la Olivetti a los 14 años. De los 100 aprendices sólo 5 se quedaron para pasar a ser especialistas. El resto terminó en la cadena de montaje. He trabajado en la Olivetti durante 36 años. Los compañeros de trabajo provenían de distintas partes de la ciudad, lo que significaba pocas amistades.

La hora de la comida en la fábrica y el club deportivo eran los únicos momentos en los que podíamos reunimos. Pero había un cierto entendimiento entre nosotros. Todos trabajábamos por cupos. A los trabajadores que rompían la norma se les caía el pelo. Había más vida social en las barracas que en los grandes edificios del Besos. La mayoría de mis amigos eran de Montjuíc. Éramos cuatro o cinco. Los sábados íbamos a bailar, y los domingos por la tarde al cine del Club del Libro.

TRABAJO

Me gustó el trabajo durante mucho tiempo. Te ponía retos y yo era creativo. Hacía cosas, organizaba mi trabajo. Me gustaba. Con la llegada de los ordenadores todo cambió. Ahora todo lo que hago es revisar las máquinas estropeadas. Trabajar con ordenadores es aburrido. Tengo ganas de jubilarme. He tenido problemas con el capataz. No por cuestiones políticas. Por ejemplo, fui sancionado por cantar en el trabajo.

Nunca me faltó trabajo. Siempre tuve empleo fijo. Nuestras luchas se organizaban para limitar el tiempo de trabajo. Primero conseguimos el sábado libre, después la jornada de ocho horas, luego, en 1972-73, los 28 días festivos al año y 30 días de vacaciones pagadas. De 1970 a 19SO mi salario aumentó de 11.000 pesetas mensuales a 100.000. Conseguimos continuas mejoras hasta 1982.

Desde entonces ha habido estancamiento y despidos. En 1959 había 5.000 trabajadores en Olivetti Barcelona; en 1994 hay 190. Los despidos comenzaron en 1981. Participamos en muchas huelgas para impedir los despidos. Las jubilaciones anticipadas. Al final los trabajadores aceptaron los dictados de la multinacional, que se trasladó a Latinoamérica. Fue traumático. Todo el mundo pensaba que Olivetti era un trabajo de por vida. El cambio de la máquina de escribir al ordenador acabó con esa historia. Nunca esperé subir en la empresa. Evitaba las promociones. Hago mis ocho horas y me largo a casa.

FAMILIA

En 1970, a los 25 años, me casé y viví en casa de mis padres durante un año. Luego conseguí un crédito y me compré un piso. Aquí no hay vida vecinal. En un bloque de pisos viven 150 familias. Soy el presidente de la comunidad y superviso el mantenimiento y cumplimiento de las normas. Nuestra lucha más sonada fue para bajar el nivel de ruidos del patio, de modo que los inquilinos

pudieran dormir. Tengo dos hijos. Uno tiene 24 años y estudia Informática. Creo que el mercado laboral es muy positivo, pero él tiene miedo de no encontrar trabajo. Lo que está aprendiendo no corresponde a las demandas laborales. Algunos de sus amigos están en el paro, otros están bien colocados y ganan 120.000 pesetas o más al mes. De todas formas, es muy raro que alguno encuentre un empleo fijo. Mi hijo de 19 años trabaja en un concesionario de Olivetti. Trabaja y estudia. Yo le ayudé a encontrar el empleo. Se supone que trabaja cuatro horas al dia por 55.000 pesetas al mes;pero suele trabajar seis o siete y no le pagan las horas extras. Lleva cuatro años trabajando a tiempo parcial. Le renuevan su contrato cada año. Su novia trabaja a tiempo parcial ensobrando cartas durante 12 horas por 1.000 pesetas al día. El piso más barato en esta zona cuesta 12 millones de pesetas, de forma que las posibilidades de casarse y formar un hogar son muy remotas.

POLÍTICA Y SINDICATOS

La gente se mete en política para hacerse rica. La democracia tiene ventajas, ofrece la posibilidad de cambiar las cosas, pero la gente es ignorante. Votan a los beneficiados. La gente es pobre. Con limosnas del Estado compran la lealtad al PSOE. Yo participo a nivel municipal. El alcalde es del PSOE. Es muy asequible. Yo le voté. En el trabajo participo en las asambleas sindicales. Me gusta estar informado de los contratos.

Desde los 80 los trabajadores piensan que con las huelgas pierdes dinero. Ahora la empresa es mucho más dura, hace menos concesiones y hay más rigidez. Últimamente me he opuesto a las huelgas. Tengo demasiadas facturas por pagar. Antes formaba parte de la USO y lo dejé porque tuve algunos conflictos personales. Me hice de CCOO. No me interesan las siglas sindicales. Las asambleas eran abiertas, democráticas y las votaciones se respetaban con CCOO. Organizamos a los trabajadores en Olivetti para que participaran en las huelgas generales del 14 de diciembre de 1988 y del 27 de enero de 1994, en protesta contra los "contratos basura" promovidos por el gobierno socialista (contratos laborales que permiten a los empresarios pagar por debajo del salario interprofesional y contratar a trabajadores eventuales mayoría de los participantes en la huelga general eran trabajadores mayores. Mis hijos, para quienes se hacía toda la huelga, no participaron.

Donde trabaja mi hijo votaron a favor de la huelga, consultaron al jefe y decidieron no ir a la huelga. ¡Imagínelos preguntando al jefe si está bien hacer huelga!

Quiero jubilarme lo antes posible. He alquilado una pequeña casa en Palol, cerca de Girona, por 4.000 pesetas al mes. Es allí donde me gusta pasar mi tiempo libre.

MIGUEL

Miguel tiene 29 años. Ha trabajado en la SEAT siete años. Mi padre fue minero en Ciudad Real, jornalero en el campo, y en Cataluña trabajó en la construcción y en fábricas. Nunca hablaba del trabajo con la familia. Nunca se identificó con la clase obrera. Me metí en política en el instituto y más tarde, en 1984, pasé a formar parte de una agrupación de parados de mi barrio. A principios de los 80 el movimiento de parados era activo, teníamos unos 10.000 miembros. Trabajaba a tiempo parcial limpiando edificios. En 1988 comencé a trabajar como eventual en la SEAT y en 1991 me hicieron fijo. Muchos de los trabajadores eventuales de entonces siguen siéndolo o han sido despedidos.

Mientras fui trabajador eventual veía la vida de forma distinta. En el trabajo había descontento, pero no independencia. Ahora tengo la posibilidad de planificar y sentirme más independiente.

Mientras fui trabajador eventual viví con mis padres. Este año me he comprado un piso con una hipoteca; lo estoy amueblando. Esto cambia la dinámica de mi vida. Nunca he tenido problemas con mis padres, pero estaba cansado de hacer siempre el mismo papel.

Tener tu propia casa te da mas independencia y puedes invitar a los amigos. El piso que he comprado está cerca de la casa de mis padres.

PERSPECTIVAS

La situación cuando yo buscaba trabajo era distinta a la de ahora. La mayoría de la gente joven eran más inquietos a principios de los 80. Con el tiempo han ido a menos. Hoy están menos interesados en los sindicatos que, digamos, hace cinco años. Hablo más con los trabajadores veteranos. Creo que hay dos factores que influyen en las diferencias generacionales.

Los cambios de las leyes laborales han aumentado la inestabilidad del desempleo; la gente joven está menos interesada por los sindicatos y las reclamaciones laborales y más preocupada por sobrevivir en el trabajo, menos interesada por sacrificarse por los sindicatos. En segundo lugar, la sociedad ha cambiado. El movimiento juvenil de 1984 estaba más politizado. Las universidades estaban más politizadas.

Hoy sólo miran por sí mismos; no son líderes juveniles. En tercer lugar, los sindicatos y los partidos políticos han abandonado la educación y organización de los jóvenes. No han sabido llegar a ellos ni han incorporado nuevas energías. En la tienda en la que trabajo, el 75% son eventuales; hay distintas reacciones. Algunos viven en un mundo personal, no les interesan los sindicatos. Otros te hablan de sindicatos y reclamaciones. Muy pocos aluden a las experiencias de sus padres.

La mayoría de mis compañeros de trabajo han cambiado su orientación en cuanto han pasado a ser fijos. Los eventuales que están a punto de ser despedidos se vuelven conflictivos. Los que pasan a ser fijos se hacen corporativistas, buscan intereses económicos inmediatos. Los eventuales van con cuidado hasta que los echan, luego surgen las protestas espontáneas.

RAFAEL

Rafael tiene 53 años. Nació en Sevilla y llegó a Barcelona en 1964, a los 24 años. En Andalucía era jornalero. Aquí tenia cuatro hermanos. Vivíamos en Hospitalet, un vecindario exclusivamente obrero, todos eran inmigrantes. Mi primer trabajo fue en la construcción con un salario muy bajo, 500 pesetas al mes. En junio de 1965 conseguí un trabajo en la SEAT. Mi salario subió a 3.500 pesetas, pero me gastaba 2.000 en cama y manutención. Soy básicamente autodidacta. Dejé el colegio cuando tenía 10 años, y luego fui a la escuela nocturna para adultos.

Me casé dos años más tarde. Alquilé un apartamento y seis años después nos compramos un piso. Tengo dos hijos, uno trabaja como eventual en la SEAT, y mi hija estudia Económicas en la universidad.

TRABAJO

Cuando comencé en la SEAT nuestros salarios eran mayores que en otros sectores, aunque seguían siendo bastante bajos. Pero subieron rápidamente durante los años 60 y 70, y luego se estancaron.

En 1965 ganaba 3.500 pesetas mensuales; en 1970, 8.000; en 1980, 100.000; en 1990,130.000; y en 1995, 143.000.

Me uní a un sindicato clandestino en 1968 y participé en las asambleas sindicales de CCOO en 1978, una vez las legalizaron. Fui activo, pero nunca me arrestaron o persiguieron. Aparte de los sindicatos, fui muy activo en la asociación de padres y alumnos en el colegio desde 1974 hasta 1988. Fui el presidente durante tres años. También participé en política municipal. Durante esos años era más activo en las asociaciones vecinales que en los sindicatos.

Siempre formé parte de la asociación de vecinos Formulábamos demandas para conseguir más y mejores profesores y mejorar las escuelas. Secundábamos un club deportivo y recreativo. Dejé la asociación de padres cuando mis hijos acabaron el colegio y comencé a participar en el comité del sindicato.

Vivo en un barrio de clase trabajadora que solía llevar a cabo una enorme cantidad de actividades. Ahora hay muchísima menos actividad y organización Luchamos y mejoramos el vecindario; logramos muchos de nuestros objetivos. Después del trabajo, al barrio era lo más importante. Lo esencial era la falta de instalaciones urbanas y el hecho de ser un ciudadano. Hoy día el barrio es distinto. Ha cambiado nuestra forma de vida. Nuestros salarios hacen que nos sintamos acomodados. Han aumentado las drogas y el paro, han surgido nuevos problemas, pero resulta difícil implicar al vecindario. Los jóvenes no pasan las necesidades que nosotros tuvimos. Los padres se ocupan de todo. No entiendo por qué los jóvenes que no tienen trabajo no participan en la comunidad. Carecen de interés.

En casa tenemos grandes discusiones. Mi esposa, mi hija y mi hijo hablan de todo. Mi hijo tiene más juicio. Mi hija defiende la clase trabajadora en la escuela. Es nacionalista catalana. La mayoría de mis compañeros de trabajo no hablan de sus actividades con la familia. Falta el entendimiento.

Cuando voy a reuniones los sábados o los domingos, mi familia entiende lo que estoy haciendo. Mi hijo es miembro de CCOO, pero es una excepción. La gente joven debería participar más en los sindicatos . Tenemos muy pocos miembros. Siempre he trabajado, desde que tenia seis años hasta ahora. Solo he estado en el paro durante tres meses. De 1965 a 1992 hice jornada completa y todo el mundo tenía trabajo fijo. Muchos de los trabajadores de la SEAT viven cerca de mi casa y todos los días vamos juntos al trabajo.

POLÍTICA

Si tienes ideas para cambiar las cosas merece la pena involucrarse. Los municipios tienen recursos. Tienes que tener interés. Para cambiar no debes adaptarte e. De entre mis actividades políticas prefiero la política municipal. Me gusta tratar con gente próxima, con los problemas de los ciudadanos. Hoy día todo está mal. No me mal interprete. Franco estaba mal. Durante un corto período de tiempo fue fantástico. Con el PSOE hemos caído en un pozo. Entre Franco y el PSOE estuvo Suárez, que estaba mejor. Felipe ha empeorado lo que teníamos. Nadie quiere volver a la dictadura, pero las cosas han empeorado con el PSOE.

RAMÓN

Tiene 38 años y está en el paro. Nació en Barcelona, en el barrio de la Barceloneta. Mi padre era cocinero en un restaurante. Actualmente vivo con mi familia. Hace nueve años, a los 29, me mudé a Cardedeu, una ciudad no demasiado lejos de aquí. Me casé, perdí el trabajo y nos separamos. El matrimonio necesita una economía. Ahora he vuelto. Estuve trabajando para una empresa instalando conexiones de gas, agua y electricidad. También trabajé para grupos de teatro encargado del attrezzo. Mi ex compañera lavaba platos y limpiaba casas. Mi padre nunca ha sido activo ni política ni socialmente. Nunca tuvimos demasiadas cosas en común. La mayoría de mis relaciones eran con amigos del vecindario.

El barrio tiene una cultura de izquierdas. La CNT participaba sobre todo en actividades culturales. Comencé a ser activo en el barrio a los 18 años junto a mis amigos. Ahora la Barceloneta es totalmente distinta. Antes había amistades intimas, actualmente son casi inexistentes. La solidaridad entre los compañeros se ha perdido. Todo el mundo busca trabajo, cada uno se preocupa por sí mismo. La política gira entorno al capitalismo. Los trabajadores no tienen nada que decir en política. Luchan por algo que no les pertenece. Antes la familia era una piña. Ahora se está desintegrando. Los hijos no pueden marcharse de casa porque no pueden hacer planes. Los hijos están cansados de sus padres, y los padres de los hijos. Mi familia es un salvavidas. Mi padre está jubilado y tiene que mantenerme. Ahora es imposible tener tu propia vida. Antes, alcanzada una cierta edad, te ibas. Ahora es imposible. Fui al colegio hasta acabar la EGB. A los 14 años empecé a trabajar. Trabajé durante dos años en los astilleros, pero los cerraron y me quedé en el paro. Esto fue en 1975. Luego conseguí un trabajo como camillero en un hospital, donde trabajé durante cinco años. Entonces llegó la crisis económica, me despidieron y cobré del paro durante dos años. Más tarde conseguí un trabajo instalando gas y agua. Trabajé durante ocho años antes de que me despidieran por falta de faena.

VIDA SOCIAL Y POLÍTICA

Entre los años 1975 y 1980 la Barceloneta era un lugar muy animado. El vecindario estaba mezclado, dividido entre trabajadores y choricillos. Había muchas organizaciones vecinales que montaban actos políticos y culturales e involucraban a todo el barrio. Fui de la asociación de vecinos y de la asociación de los Diablos, que organizaba las fiestas. No participé tanto como me hubiera gustado, porque los partidos políticos manipulaban las asociaciones. Las luchas principales eran por la calle -fuentes, recogida de basura, colegios- y contra la droga. En el barrio hay mucho tráfico de drogas. Hablábamos con los chicos consumidores de drogas para que la dejaran y advertíamos a los vendedores de que se marcharan, pero la policía les protegía. Los Diablos nos reuníamos todos los martes para planificar las intervenciones en las fiestas. Casi toda mi actividad era en los sindicatos, pero mis mejores amigos eran del barrio. Era miembro de la CNT, ahora soy de la CGT. He participado en varios comités de huelga allí donde trabajé. Hace nueve años me mudé a una ciudad pequeña debido al trabajo. Mi partido era el de los independentistas Esquerra Republicana de Catalunya. Decían que eran libertarios, pero cuando disentías no les gustaba, así que lo dejé. Trabajé con un grupo de teatro. Era el único grupo progresista de los alrededores.

En el trabajo los compañeros eran distintos de los que yo conocía en Barcelona. Los trabajadores eran muy sumisos. No hablaban de problemas laborales. Los jefes no toleraban ningún tipo de discusión. Tenía que cerrar el pico. Nada de huelgas. Si decías algo te echaban a la calle, y señalado. Todo lo que hacías estaba en función de conservar el trabajo. No es que haya miedo a perder el trabajo, ¡hay pánico! Debido al gran número de desempleados, una vez te has quedado en el paro ya no tienes ninguna posibilidad. Antes era distinto. Dicen que están proporcionando un "salario social" con estos contratos eventuales, pero es mentira. No hay solución a corto plazo, puede que a largo plazo.

Perdí el empleo en 1993, hace dos años. La empresa cerró y me dieron 200.000 pesetas. Desde entonces trabajo donde puedo. He trabajado haciendo instalaciones eléctricas y de gas para subcontratistas, a veces ganaba 90.000 pesetas al mes, a veces nada. El alquiler era de 60.000 pesetas. Decidí marcharme. Mi compañera quería una relación a distancia, yo no. En 1994 volví a la Barceloneta. El mercado laboral está fatal. Sólo hay pequeños trabajos en los que ganas 15.000 pesetas semanales instalando cañerías de gas. El trabajo pasa por dos grupos de subcontratistas, todos se sacan un pellizco. A veces tengo trabajo pintando casas o lo que sea. He pegado carteles anunciándome, pero el negocio está mal. La competencia es demasiado dura.

Estoy colaborando con la CGT intentando orgaNizar a los parados, pero la respuesta es mala. Todo el mundo busca su propia solución. Se ha perdido el sentido de pensar en soluciones colectivas. El barrio de la Barceloneta ya no es un centro organizativo. La gente se ha dispersado. Muchos de los jóvenes simplemente buscan cualquier sitio donde colocarse.

Actualmente no hay continuidad en el trabajo, y cada día que pasa es peor. Esto te afecta en la forma le pensar. No tienes nada estable. Por mucho que pienses que estás capacitado para un trabajo, lo único que haces es vivir el día a día. Esto afecta a tus relaciones sociales. A veces temes que el dinero que tienes no baste para ir a ningún sitio. Así que te acabas diciendo que no merece la pena. Te sientes pillado. Ahora las relaciones son muy transitorias. Totalmente. Hay menos solidaridad. En el trabajo ya no existe. Antes, cuando se convocaba una huelga tolo el mundo se apuntaba. Ahora todos te dicen: perderas el trabajo, quédate donde estás.

Con Franco había miedo, miedo a la represión, pero con la solidaridad, la gente era más fuerte. El ruedo bajo el mercado es más cruel: los trabajadores están enfrentados entre ellos. Ahora hay más miedo a no tener nada que cuando se luchaba contra la dictadura. La sociedad no quiere enfrentarse a los problemas del desempleo más allá de las soluciones familiares. La familia continúa aguantándonos porque no hay otra salida. No hay rebelión porque la familia sigue sosteniendo a los parados. Quizás cuanlo se acabe el apoyo familiar, habrá una revuelta. Hoy por hoy el ánimo que predomina entre los páraDos es volver la espalda a los problemas, tomarse una cerveza y fumar un cigarrillo.

He pensado en abandonar el país, pero la crisis está en todas partes. No estoy seguro de poder encontrar trabajo en ningún otro lugar.

CONCLUSIÓN

La supuesta "modernización" de la economía española bajo los auspicios del régimen socialista de Felipe González ha tenido un efecto profundamente negativo sobre la vida socio-económica, política y cultural de la clase trabajadora y, en particular, sobre la familia y los trabajadores jóvenes. La liberalización de la economía ha llevado a mayores injusticias sociales y a menos actividades políticas, en realidad a una disminución de la democracia política. Los trabajadores hablan positivamente, de un modo casi unánime, de su participación política en las luchas antifranquistas y durante la Transición.

Los asociaciones de vecinos y sindicatos fomentaron la ciudadanía, las activas asambleas ciudadanas debatían los asuntos públicos. Bajo los auspicios del régimen socialista, la intervención del partido en la sociedad civil, la mano dura del Estado y los políticos electorales minaron las organizaciones locales; los sindicatos socialistas se volvieron, en la práctica, apéndices del Estado; los sindicatos comunistas, aunque en cierto modo más activos, fueron sometidos por los pactos políticos de los líderes de su partido, cosa que socavó la militancia local. La generación de trabajadores más jóvenes, que llegaron a su mayoría de edad política en un periodo de corrupción política masiva que lo ha impregnado todo (cuando los partidos socialista y "nacionalistas" competían por socavar la seguridad en el empleo), expresan desconfianza general, cuando no repugnancia, a los partidos y los políticos, al tiempo que se centran en actividades privadas.

Abundan las excepciones, especialmente entre una acérrima minoría de activistas de ambas generaciones; pero la hostilidad a la política de partidos es universal y refleja la brecha cada vez más honda entre las élites políticas dominantes y la masa de trabajadores atomizados; especialmente los jóvenes, empleados temporales y parados. El supuesto de los economistas liberales de que un funcionamiento favorable del mercado se traduce en mayores niveles de vida y más libertad política es falso. La intensificación del mercado crea mayor dependencia familiar, más inseguridad personal, movilidad social descendente y menos autonomía personal. El mercado debilita la sociedad civil y fortalece el poder del Ejecutivo, al tiempo que disminuye el apego de los ciudadanos a las instituciones electorales.

Por lo que se refiere a la estructura social, la política de "libre mercado" no sólo amplía la brecha entre clases, sino dentro mismo de las clases. La diferencia de ingresos entre los viejos trabajadores fijos y los jóvenes eventuales oscila entre ratios de 2 a 1 y de 5 a 1, sin contar los beneficios complementarios (vacaciones, pensiones, cobertura sanitaria, etc). Al carecer de continuidad social, el mercado ha debilitado el nivel de organización social. Al temer a los empresarios, el grueso de los trabajadores temporales no se afilian a los sindicatos, ni expresan opiniones en el trabajo. La falta de continuidad laboral socava las asociaciones sociales. Fuera del trabajo, el mal sueldo, la atomización social y el sentido de impotencia social desaniman la participación en asociaciones de vecinos, tal como sus padres hicieron en el pasado. La sociedad está ahora organizada en tomo a grupos recreativos, privados e informales. El crecimiento de las asociaciones privadas no tiene relación con las necesidades sociales profundas de la mayoría de los jóvenes trabajadores. En el mejor de los casos, son entidades de consuelo, en el sentido en que lo fue la Iglesia para la generación precedente. Los estridentes conciertos de rock son como las sesiones de los evangelistas, válvulas de escape sin riesgo para liberar emociones contenidas.

Aunque la calidad de vida de los jóvenes trabajadores era mejor que la de sus padres mientras estaban creciendo, las perspectivas de futuro son mucho más negativas. Además, como les han mimado y satisfecho todos sus deseos de consumo, carecen del empuje y la iniciativa para cambiar su estatus. Más aún, cuando llegan a la edad adulta no hay modelo politico ni movimiento que les atraiga. Ni tampoco sus padres les han provisto de un marco de referencia político para hacer frente a sus adversarios sociales y políticos.

Para entender el impacto de la estrategia de liberalización es fundamental su impacto diferenciador sobre la clase trabajadora. Aunque hay más bienes de consumo asequibles, la generación más joven tiene menos recursos para "meterse" en el estilo de vida consumista; especialmente en los artículos de etiqueta cara, como la vivienda, los muebles y el transporte. Aunque ha aumentado la renta nacional, la participación en ella de la clase trabajadora ha disminuido, y en particular el porcentaje de salarios que corresponde a los jóvenes trabajadores ha sido el que ha bajado más. Al trabajar en la economía sumergida, con sueldos por debajo del salario mínimo, o en los supuestos contratos de aprendizaje, los jóvenes empleados reciben salarios por debajo del nivel de subsistencia. Hoy el 95% de los nuevos contratos laborales son temporales. Y la gran mayoría de los trabajadores eventuales no se convierten en fijos.

Además de los ingresos, la liberalización ha ampliado la diferencia entre los trabajadores temporales y fijos y eso ha aumentado los potenciales conflictos sociales entre eventuales, fijos y parados. Los trabajadores mayores se orientan hacia términos favorables para sus jubilaciones, sin preocuparse demasiado por el hecho de que ellos no serán reemplazados por trabajadores más jóvenes. Una generación se retira con ganancias, la otra permanece sin oficio ni beneficio.

Los jóvenes, insertos en un mundo de competición sin recursos ideológicos o una memoria histórica de las luchas antifranquistas u obreras, son vulnerables a los mensajes individualistaescapista, nacionalista o incluso racista (que culpa a los emigrantes). La legislación anti-inmigrante de los partidos socialista y nacionalistas incita a los jóvenes trabajadores parados a culpar a los inmigrantes de su falta de empleo. Ningún líder político les dice que los inmigrantes no cierran las fábricas; los capitalistas sí. Ni que los partidos socialista y nacionalistas aprueban una legislación que faculta a los empresarios a pagar por debajo del salario mínimo; no es la competencia con el 2% de inmigrantes lo que baja los niveles de vida.

La contradicción entre haberse criado entre algodones y un futuro incierto genera un miedo y frustración social en los jóvenes trabajadores que, si no se encauza a través de la política de clase, puede degenerar en violencia individualizada.

Lo que muestra claramente nuestro estudio es que la mayoría de los trabajadores de ambas generaciones se sienten víctimas pasivas más que protagonistas de los cambios a los que se enfrentan. No hay conexión entre su descontento privado y lo público, excepto en el nivel de la política local. Esto es comprensible, dada la estructura de decisión política concentrada en un Ejecutivo centralizado, que ha impuesto las políticas de libre mercado. Los trabajadores reaccionan a sus circunstancias en vez de sentirse consultados por los decisores políticos. La mayoría de los trabajadores mayores, con una memoria colectiva del período pre-González, son mucho más conscientes de la responsabilidad política del régimen socialista, que ha provocado inseguridad

laboral, falta de trabajo y empleo precario. Los trabajadores mayores recuerdan el "período de la Transición", en que se consultaba a los sindicatos en la formulación de la política. Los trabajadores jóvenes sólo experimentan las políticas concentradas en el Ejecutivo, que legalizan contratos de trabajo temporales por debajo del salario mínimo, en los que los sindicatos quedan completamente marginados. A falta de un marco de referencia de comparación histórica, dan por sentado que todos los políticos y partidos actúan siempre contra sus intereses, de ahí que rechacen el activismo político.

Los trabajadores mayores vivieron un período de una vibrante cultura politica, en la que los barrios y los sindicatos desempeñaron un papel crucial a la hora de cambiar de manera importante las condiciones de vida y trabajo. Expresan satisfacción y orgullo por lo que lograron, aun cuando las políticas liberales del régimen de González minaron esos logros. La joven generación de trabajadores llega a la edad adulta en un momento en que la cultura cívica se ha eclipsado. La política clientelar, la corrupción politica generalizada, la implicación del gobierno en escuadrones de la muerte forman parte de los comentarios cotidianos en los medios de masas. El declive de la ética desempeña un papel importante en el desgaste del interés por la actividad política entre los jóvenes, y refuerza su imagen de que "los políticos sólo se ayudan a si mismos". La falta de medios de comunicación alternativos y la dominación de los media por los regímenes socialista y nacionalistas limitan el flujo de las fuentes de información alternativas y criticas. Confrontados con las "noticias" de los medios de masas que adulan a las poderosas celebridades políticas (esas figuras que, en la mente de los jóvenes trabajadores, exacerban sus inseguridades socio-económicas), se "desconectan" y acaban por "ignorar" la actualidad.

En España, la cultura cívica emergente de finales de los 70 y principios de los 80 ha sido transformada en una cultura política autoritaria donde una reducida clase política ha marginado al grueso de la clase trabajadora de lo público y de la consulta politica. El resultado es una generación mayor de trabajadores frustrada y ansiosa, y una generación joven marginada y apolítica. El "libre mercado", como el mecanismo elegido para lo que se suponía iba a ser la modernización de España, ha debilitado los lazos entre la clase trabajadora y la clase política, y ha fortalecido las estructuras estatistas-autoritarias a expensas de la sociedad civil y de la consulta pública.El miedo al régimen represivo y a los despidos estaba suavizado por las oportunidades para trabajar en otro sitio, por el apoyo de los compañeros del trabajo o incluso de los vecinos, si los artículos de primera necesidad escaseaban temporalmente. El problema era el mal sueldo, no la inseguridad en el empleo. Y la concentración de trabajadores y la subsiguiente organización en el lugar de trabajo podían, y de hecho así lo hacían con frecuencia, corregir los bajos salarios en una medida que a los trabajadores eventuales, mal pagados y dispersos de hoy, les resultaría difícil de imaginar. Las divergencias entre la generación mayor y más joven de trabajadores empiezan sin embargo mucho antes, en casa y en el barrio.

CRECER EN LA ESPAÑA DE POSGUERRA

Crecer en los últimos 40 y en los 50 en la España de la posguerra significaba tiempos difíciles. Casi todos los trabajadores mayores de hoy eran hijos o hijas de inmigrantes de otras regiones de España. Sus padres eran campesinos pobres o trabajadores mal pagados de Andalucía, Murcia, Castilla. Al principio, solían vivir en bloques dormitorio, en barrios degradados del centro de la ciudad, o en barracas improvisadas. Como niños, normalmente dejaban el colegio al completar la enseñanza primaria, sobre los 13 ó 14 años, y encontraban colocación en pequeños talleres como aprendices o de dependientes con salarios de subsistencia, la mayor parte de los cuales se entregaban a la familia. Sus padres normalmente trabajaban muchas horas y la mayor parte de la "vida familiar" giraba en torno a la madre.

El padre era en gran parte la figura autoritaria ausente. Muchos de ellos sabían hasta cierto punto del papel de sus padres en la Guerra Civil, casi exclusivamente en el lado de la República. Pocos de ellos, si es que había alguno, continuaron su militancia en el período de posguerra a causa del miedo, la represión o porque procuraban "normalizar" su vida después de haber pasado varios años en campos de concentración o de trabajos forzados. Aunque alguno de los padres de hoy recibieron su primera introducción "política" o "social" a la política de clases en conversaciones con sus padres, esto no era un caso común. Parece haber habido poca comunicación intergeneracional, especialmente en casa. Casi siempre la identidad de clase se transmitía de un modo menos formal, a través de las experiencias cotidianas de "sufrimiento" y "cohabitación" en barrios de obreros que vivían y compartían circunstancias sociales similares y adversarios comunes.

Los abuelos de los trabajadores de hoy procuraban en muchos casos olvidar las derrotas, la persecución, las rivalidades entre partidos de la Guerra Civil y del período de posguerra. En parte, la necesidad de olvidar venía de un sentimiento de impotencia y porque la lucha por la supervivencia dominaba la vida. Más tarde, con los incrementos en los niveles salariales, y los ahorros de la familia, la preocupación predominante no era la política sino reunir recursos para comprarse un piso. Más que una "unidad afectiva", la familia era una institución económica que aseguraba la vivienda y otros logros materiales.

Los lazos sociales básicos de los padres de hoy se forjaron entre los amigos del barrio. Los barrios eran entidades homogéneas, pues la segregación de clase era la norma. Dentro de estos barrios predominantemente de obreros inmigrantes, se daba una especie de "solidaridad espontánea" una cohesión informal a base de niveles de vida compartidos y de pasatiempos recreativos comunes que estaban arraigados en el barrio. No seria pretencioso hablar de una "cultura de la clase obrera". Había determinadas experiencias comunes entre los amigos del barrio, de deportes, bailes, cultura inmigrante y unas condiciones económicas compartidas que brindaban un sustrato de "identidad de clase". Como muchos de nuestros entrevistados dijeron: "todos nosotros éramos anti-Franco... como una cuestión que caía por su propio peso... por el hecho de ser obreros, estar en alojamientos precarios, divorciados de las cosas agradables de la vida social...". Si el barrio, la calle, era el primer contacto real con la cohesión social (más allá de los límites de la familia), las primeras experiencias de trabajo, normalmente en una pequeña tienda, contribuían poco a forjar una conciencia social. Las horas eran muchas, el sueldo malo, y había pocos trabajadores con que "socializar experiencias". La primera experiencia laboral brindaba un trampolín hacia la independencia personal y más tarde al empleo en las fábricas más grandes.

A finales de su adolescencia o a principios de su veintena, los padres de hoy entraban normalmente en una de las grandes fábricas, SEAT, Olivetti, etc. Miles de jóvenes obreros inmigrantes se colocaban en empleos de producción masiva. Las experiencias comunes del barrio, una conciencia de tener como adversarios a las autoridades públicas (profesores, policía, clero) y las duras condiciones de trabajo transformaron a algunos de los padres en miembros de lascomisiones clandestinas de la fábrica.

La emergencia de una conciencia de clase se acompañaba del orgullo de formar parte de una empresa productiva moderna, del orgullo en el trabajo y de ser un trabajador. Aunque los salarios estaban por encima de los de las pequeñas tiendas, el empleo en las grandes fábricas no cambió drásticamente la suerte de la mayoría de los obreros. Lo que sí brindaba era seguridad a largo plazo y un sentimiento de continuidad, un poder pensar en términos de futuro.

La mayor parte de los padres, una vez se aseguraban el empleo e ingresos estables, solían casarse con su "novia" (normalmente una chica del barrio) y después de un periodo más o menos largo, solían empezar a pagar un piso. A diferencia de sus padres inmigrantes, las familias se limitaban a dos o tres hijos, con la madre que solía quedarse en la casa a criarlos. La mayoría de los

obreros entablaban sus amistades de larga duración con sus compañeros de trabajo, compartiendo el almuerzo, un vaso de vino o una cerveza después del trabajo y alguna que otra visita familiar los fines de semana, especialmente si vivian en el mismo barrio. En el lugar de trabajo, los obreros desarrollaban un sentido de solidaridad contra los esfuerzos del empresario por fomentar la competición. Al ser uniformes tanto los niveles salariales como las condiciones de trabajo, se generaba un punto de vista de clase cohesivo. Los obreros individuales que tomaban la iniciativa de organizar sindicatos paralelos eran respetados y desplazaron gradualmente a los "sindicatos verticales del régimen". En algunos casos, los trabajadores que militaban, en su mayor parte del partido comunista, entraron en los sindicatos verticales para convertirlos en órganos representativos de la base.

La continuidad del empleo, la fuerte demanda de trabajo, la expansión de la industria y los altos índices de beneficio brindaban un clima propicio para la organización de sindicatos y para contratos de trabajo favorables. Las primeras huelgas que tuvieron lugar en las industrias principales (o la amenaza de huelgas) condujeron a sustanciales aumentos de salario y, lo que es más importante, a unas acrecentadas "conciencia de clase" y autoconfianza entre los trabajadores.

A lo largo de los años 70, los aumentos sustanciales de salario fueron la norma. Y al tiempo que aumentaban los sueldos, también lo hacia la solidaridad obrera, reforzada por el creciente movimiento antifranquista fuera de la fábrica. Los barrios se volvieron importantes áreas de organización social de la clase trabajadora. Las luchas para mejorar los equipamientos sanitarios y

educativos, por la pavimentación y alumbrado de las calles, llevaron a muchos obreros a llevar su militancia de fábrica a las asociaciones de vecinos y de padres de alumnos. Y viceversa: Las luchas vecinales politizaron a los trabajadores, que llevaban el mensaje político a la fábrica. Las luchas en el lugar de trabajo y las vibrantes actividades vecinales se reforzaban unas a otras, creando un sentimiento de ciudadanía, una creencia en el progreso, y esperanza de cambios sociales reales.

Para algunos trabajadores, las luchas incluían una visión de una nueva sociedad socialista igualitaria. Según casi todos los trabajadores, el tardofranquismo y la Transición (aproximadamente de 1974 a 1979) fueron tiempos de una gran participación social, de optimismo en el futuro y del más fuerte sentido de solidaridad social. La mayoría fechan la caída de su activismo social y su desilusión creciente con el proceso político, en el advenimiento del gobierno socialista en 1982.

Para otros, la decadencia llegó antes, con los Pactos de la Moncloa, en los que el partido comunista y su sindicato. Comisiones Obreras, aceptaron limitar la política de clase independiente en aras de una subordinación del activismo popular a las campañas electorales.

El giro desde la solidaridad social y la visión social a unos puntos de vista "corporativistas" comenzó a afianzarse entre los padres hacia mediados de los 80, aunque una "solidaridad residual" se manifestó en dos huelgas generales masivas (14 de diciembre de 1988 y 27 de enero de 1994).

Muchos obreros sienten que el régimen socialista ha traicionado sus valores y su compromiso con el trabajo. Su adopción de la economía de libre mercado y su apadrinamiento de la legislación antitrabajo provocan un profundo desencanto de la política y de los políticos. La honda inmersión de funcionarios socialistas en prácticas corruptas y su apadrinamiento de grupos paramilitares intensificaron la desilusión. Los trabajadores expresan visiones pesimistas del futuro y poca esperanza de que la solución vendrá de los procesos electorales, aunque sigan votando. Incluso los sindicatos socialista y comunista, fuertemente burocratizados y dependientes de las subvenciones estatales, han perdido parte de su atractivo para muchos obreros. Los sindicatos son vistos ahora como meros organismos "de protección del empleo": para negociar cierres patronales, a fin de estipular compensaciones apropiadas, más que organizaciones con un proyecto político alternativo.

Los cambios a escala de la sociedad también afectan a los trabajadores mayores, en tanto que se giran hacia el consumo privado y el tiempo de ocio. Bajo las nuevas reglamentaciones laborales, que fomentan el trabajo temporal y refuerzan las prerrogativas de la dirección, el lugar de trabajo ya no es tanto un espacio de solidaridad como de competición. Muchos trabajadores mayores se lamentan de la falta de solidaridad; ya no encuentran la vieja camaradería. Cada vez más se vuelven hacia los amigos y la familia, fuera del trabajo. Puesto que éste queda devaluado con las cambiantes reglas laborales y las nuevas tecnologías, los trabajadores pierden el orgullo de su trabajo y buscan

el retiro. El aspecto "social" de la división social del trabajo disminuye, mientras que la "división" entre los trabajadores aumenta.

Hacia finales de los 80 y principios de los 90, con cierres patronales frecuentes y la “racionalización" de la producción, los padres experimentan una inseguridad creciente en el puesto de trabajo e incertidumbre sobre su futuro. Están preocupados por las perspectivas poco prometedoras. Buscan el favor de los empresarios -a expensas de la solidaridad obrera- para conseguir empleo -aunque sea eventual- para sus hijos. Usan la influencia del sindicato para "negociar" con los empresarios su seguridad personal. Los trabajadores fijos a tiempo completo sienten cada vez más que son enclaves aislados en un mar de trabajadores eventuales mal pagados.

Algunos se sienten vulnerables ante el empresario y la retórica estatal, que les acusa de “privilegiados" y "egoístas" cuando tratan de defender los niveles de jubilación o de salario. Saben que quienes les acusan son los que cobran sueldazos, los mimados y subvencionados "dueños" de los tiempos, pero carecen de los medios o de los media para contrarrestar el mensaje. En el trabajo, libran batalla de vez en cuando con los empresarios para convertir trabajadores eventuales en fijos.

Luchan por contratos donde los temporales disfruten de los mismos niveles salariales que los fijos. Intentan reclutar a los trabajadores jóvenes para sus sindicatos. Pero se desaniman ante los obstáculos legales, la intransigencia del empresario y la falta de militancia o interés de los trabajadores jóvenes, a los que ven en muchos casos como "interesados sólo en sus propias cosas".

En este contexto, muchos padres consienten a sus hijos sub o desempleados, les compran bienes de consumo y les subvencionan los fines de semana, pidiéndoles poco a cambio. Sin embargo, hay una tensión latente en la familia, a medida que la edad de los hijos dependientes se aproxima a la treintena. Los padres tienen que pagar las facturas, limpiar la casa y restringir su nivel de vida, y se van sintiendo así cada vez más exasperados. Tan pronto culpan a los "niños" por no encontrar empleo como maldicen al sistema que niega oportunidades o se sienten culpables por no haber podido "colocar" a sus hijos. Entre los trabajadores jóvenes hay una frustración creciente por el empleo inestable, el trabajo ocasional de subsistencia y la incapacidad para emanciparse y progresar. La tendencia es a aceptar las circunstancias, dar por sentado que los padres se hacen cargo de las facturas y sacar partido de las circunstancias tal como se van presentando. La mayor ansiedad es respecto a qué pasará si el padre se muere, o pierde el empleo. Este sistema de bienestar

familiar se basa en la prosperidad y ahorros del pasado; la generación actual está viviendo de la prosperidad del ayer de sus padres. Puede que algunos hereden el piso en el futuro y tengan un techo sobre sus cabezas. Pero las perspectivas de trabajo se vuelven peores, no mejores, a medida que nos acercamos al final de siglo.

Dos generaciones de movilidad ascendente han llegado a su final definitivo. La exteriorizada prosperidad de aquéllos que gozan de empleos estables y bien pagados en Barcelona, ésos que llenan los bares y restaurantes de Gracia y el Barrio Gótico, contrasta con los no tan jóvenes trabajadores eventuales de 20 a 40 años que hacen durar la cerveza en la Plaza del Sol, codo con codo con los adolescentes.

El Gran Miedo que está obsesionando a España en general y a Barcelona en particular es la cuestión del "paro" y, más en concreto, del empleo eventual con salario mínimo. Los compromisos son raros, las aventuras provisionales se vuelven la norma en tanto que vivir juntos como pareja se vuelve económicamente no factible.

La ausencia de socialización temprana en los valores de la clase trabajadora (especialmente a través de la familia), y la "generosidad" o mala conciencia de los padres, limitan el surgimiento de un "movimiento juvenil" socialmente rebelde. La convergencia del desencanto y acomodación de la generación mayor con la despolitización de la generación joven es una razón para que, a pesar del sub y desempleo masivos, no haya movimientos sociales a gran escala.

La noción de un "mercado de trabajo dual" supone que las condiciones que determinan la dualidad son constantes. Ése no es el caso hoy en en España. Hay un proceso inexorable de homogeneización... hacia abajo. El porcentaje de trabajadores fijos disminuye y la proporción de contratos de trabajo temporales crece geométricamente. Con el tiempo, la gran mayoría de los trabajadores serán temporales. Junto al empeoramiento de las condiciones de trabajo, se da una creciente renta y riqueza de los negocios, bienes inmobiliarios e intereses comerciales. Aumenta el poder para contratar y despedir; la capacidad para imponer sueldos bajos y reclinar empleados de entre la masa de parados nunca fue mejor. España es, tal como la describió uno de sus antiguos ministros "socialistas" de Hacienda, uno de los países donde es más fácil acumular una gran fortuna. La otra cara del aumento de la inseguridad y de los bajos ingresos de los jóvenes trabajadores es la seguridad y los altos ingresos que corresponden a los abogados, ejecutivos y directores de las grandes y medianas empresas. Mientras que los jóvenes trabajadores vegetan en casa de sus padres, los nuevos ricos se compran casas de piedra románica de 40 millones de pesetas y se gastan otros 13 millones en "remodelarlas". Mientras que los ricos envían a sus hijos a estudiar a las Escuelas de Negocios de Harvard y Standford, o a la London School of Economics, o a una de las costosas universidades privadas de Barcelona, los hijos de la clase obrera hacen trabajillos ocasionales en la periferia de la sociedad. Para los pocos hijos de obreros que siguen adelante con sus estudios, las perspectivas en el mercado de trabajo tampoco es que sean particularmente brillantes.

En la enseñanza, la antigua avenida principal para ascender, la norma es ser un profesor "sustituto" que va de institución en institución durante años. O solicitar los trabajos donde antes contrataban a gente con el COU), o como dependientes en las librerías del centro, o de camareros temporales y recepcionistas de hotel en los centros de verano para volver luego a casa con sus padres. Aunque está claro que algunos jóvenes aún consiguen empleos "fijos" con sueldos decentes, y otros tienen posibilidades de conseguir la permanencia al final de sus contratos temporales, son una clara minoría.

¿DÓNDE ESTÁN LOS PROGRESISTAS?

Lo asombroso respecto al destino de millones de jóvenes mal pagados y subempleados sin futuro es la indiferencia de la sociedad, incluyendo la indiferencia de la clase media "progresista".

¿Dónde están los progresistas? Están activos, pero lo que les interesa es el dos por ciento de “marginales": los gitanos, los drogodependientes, las prostitutas, los inmigrantes; el acoso sexual, el racismo...cualquier cosa menos el destino de tres millones de españoles desempleados, los jóvenes trabajadores con contratos temporales y los que tratan de vivir del salario mínimo. No quiero ser malinterpretado. Por supuesto que estoy en contra del acoso sexual, la djscriminación y el racismo. Pero aquí y ahora, y en la estructura de clases española, la distancia entre los problemas sociales a largo plazo y a gran escala, y las actividades de los progresistas es escandalosa. ¿Por qué eluden su realidad nacional y social? Primero, porque no es peligroso luchar por los derechos legales de las pequeñas minorías: eso no comporta ninguna confrontación con el Estado y menos aún con los empresarios. Pero comprometerse en la lucha por los sub y desempleados implica confrontaciones muy duras y sostenidas con el Estado y los empresarios (y los medios de masas) porque esa lucha gira en torno a la distribución de los principales recursos económicos de la sociedad: los presupuestos que podrían

financiar obras públicas para un empleo a gran escala en vez de subvenciones para corporaciones multinacionales; los beneficios empresariales que podrían financiar una semana laboral más corta y la contratación de empleados fijos. En segundo lugar, las luchas progresistas por las minorías (cambios simbólicos y reconocimiento legal) tienen el apoyo financiero de los gobiernos municipales o regionales. Las ONG y organizaciones similares brindan a los progresistas oportunidades económicas, segundos salarios en calidad de investigadores, educadores, asistentes sociales o abogados. Pueden así combinar una "buena conciencia" y la remuneración económica con una palmadita en el hombro de las autoridades locales.

Mientras tanto, la lucha de millones de sub y desempleados, si estuviera adecuadamente organizada, podría afectar a las políticas globales de las mismas benevolentes autoridades. Podría socavar sus esfuerzos por subvencionar a los promotores inmobiliarios urbanos y a los constructores que financian sus campañas electorales. Por esta razón, los esfuerzos para organizar políticamente a los sub y desempleados por empleos bien pagados contra los políticos neoliberales no reciben ningún apoyo financiero. En tercer lugar, la actual moda ideológica entre la clase media progresista pone en tela de juicio la noción misma de "clase". La retórica dice algo así como: "Clase es un constructo cultural que ha perdido su pertinencia". Los progresistas ahora están en conceptos del tipo "identidades sociales", "ciudadanía" y "derechos", en lugar de "clases", "conflicto de clases" e "intereses de clase". Ya que muchos de los grupos marginales están entre los segmentos más pobres, los progresistas alegan que es más "revolucionario" o radical luchar por ellos en vez de por los "privilegiados" españoles "que viven del salario mínimo".

Obviamente hay una necesidad urgente de unir fuerzas entre la clase media progresista y los trabajadores jóvenes sub y desempleados. El primer paso es una reflexión crítica por parte de los progresistas, sobre quiénes son, qué papel juegan en la sociedad, si forman parte del problema (en tanto que empleados del gobierno, profesores, profesionales) o de la solución. Tienen que preguntarse si están verdaderamente por la solidaridad con los explotados por el sistema o buscan simplemente nuevos vehículos de movilidad social.

La abrumadora mayoría de los jóvenes trabajadores raramente expresan apoyo de los "movimientos" promovidos por los progresistas; más importante aún, jamás mencionan ninguna relación sostenida con ningún intelectual progresista de clase media o con movimientos interesados en sus circunstancias sociales. Hay pocos espacios donde puedan encontrarse, incluso socialmente, y aún tienen menos en común en términos de actividades del tiempo de ocio.

Los progresistas están en sus pisos y tienen acceso a segundas residencias fuera de la ciudad para el fin de semana. La ruptura en el vínculo entre la joven clase obrera y la clase media progresista se expresa a todos los niveles: en la ideología, la música, los estilos de vida, el lenguaje y las condiciones materiales. Los lazos que existían durante el período antifranquista y la Transición son historia pasada. Los únicos parados por los que la clase media progresista se preocupa son sus propios hijos. El aislamiento social de los jóvenes trabajadores refuerza su sentimiento de impotencia social y confirma su punto de vista individualista.

LA NUEVA GENERACIÓN

Hay marcadas diferencias a todos los niveles entre los trabajadores jóvenes y los mayores. En primer lugar, en contraste con sus padres, los jóvenes trabajadores han nacido en una familia con un cabeza de familia estable y relativamente bien pagado. Aunque de ningún modo rica, la familia puede permitirse apoyar a los hijos a lo largo de la educación secundaria y proporcionarles fondos a discreción para diversiones. Mientras es materialmente segura, hay también estabilidad en el lugar geográfico de la familia: los antiguos patrones de la emigración no se reproducen. Los padres normalmente han comprado un piso y más a menudo un pequeño coche. Los hijos no suelen dejar el colegio por "necesidad económica"; la razón más corriente es el aburrimiento en la escuela, el deseo de ganar dinero para diversiones o el fracaso escolar. En comparación con sus padres, son una generación "mimada" (dentro de la familia). Si bien está ampliamente aceptado que en España existen "fuertes" lazos familiares, esto está relacionado, en gran parte, con el consentimiento de los padres en subvencionar a los hijos cuando son veinteañeros y más allá. Igual que sus padres, pocos trabajadores jóvenes nos hablaron de lazos profundos con los suyos, y prácticamente de ninguna discusión sobre sindicatos o cuestiones sociales o de la fábrica. De hecho, la mayoría expresaron pocos lazos afectivos y poca comunicación desde una edad temprana. En la mayoría de los casos los amigos, antes que los padres, eran el grupo principal con el que se formaban los valores sociales. La "familia" era principalmente una institución instrumental para salvaguardar la supervivencia y apenas una institución formativa dentro de la "preparación de una clase trabajadora". Los barrios donde crecieron los jóvenes trabajadores ya no son el terreno de la movilización de los debates sociales y la organización politica.

Hacia finales de los 80 y principios de los 90, las asociaciones de vecinos se habían convertido en apéndices del gobierno socialista, que administran los clubs de jubilados y tienen poca vida política interna. Sus padres, durante los últimos 70 y los primeros 80, eran activos en las luchas vecinales por mejoras sociales en infraestructura, educación y un gobierno local responsable. Muchos estaban involucrados en la lucha antifranquista y de algún modo crearon vibrantes asociaciones de vecinos y de padres de alumnos. En contraste, los jóvenes trabajadores alcanzan la edad adulta en un periodo en que sus padres se han "privatizado". Los movimientos sociales se han burocratizado. Los adversarios del gobierno se protegen con una careta de "constitucionalismo". Y sus necesidades básicas inmediatas las cubren unos padres con "mala conciencia". De aquí que el barrio no sea un mecanismo de socialización para introducir nuevos valores sociales de solidaridad sino, más bien, un terreno de encuentro informal para que los amigos se libren a pasatiempos privados.

Las asociaciones sociales existentes, organizadas por sus padres, no atraen su interés. La música y los bailes en los actos sociales del barrio son ridiculizados y los jóvenes se dirigen a los bares y clubs fuera del barrio para divertirse.

La decadencia de la cultura cívica del barrio alimenta el comportamiento "consumista privado" que los jóvenes reciben a través de los medios de masas.

El rock mercantilizado, con sus surtidos estandarizados de chaquetas negras, pendientes y peinados, brinda símbolos "externos" de "rebelión" que enmascaran la interiorizada conformidad con un estilo de vida consumista e individualista. Las amistades del barrio están desconectadas del lugar de trabajo y, en muchos casos, están divorciadas de cualquier discusión sobre problemas del "curro", conflictos sociales u organización política. En el pasado, el compartir experiencias personales y sociales reflejaba la imbricación entre trabajo, barrio y placeres personales. Para los jóvenes, hoy, los largos períodos de desempleo, la naturaleza transitoria y temporal del trabajo, el mal sueldo y la impotencia en el lugar de trabajo no son propicios a experiencias compartidas.

Encontrarse con los amigos es un tiempo para "olvidarse" del trabajo. Hablar de los miedos y las inseguridades del lugar de trabajo no levanta los ánimos en la barra de ningún bar; los malos sueldos son un símbolo de estatus de vergüenza; es mejor callártelo mientras apuras la cerveza e intentas arreglar para esa noche una comedia de representación única.

Aunque las amistades del barrio persisten hasta cierto punto, tienen lugar en un contexto totalmente distinto a las de sus padres, y también tienen un sentido diferente. Además, surgen divisiones entre una minoría que consigue empleo "fijo" y aquéllos que son eventuales o parados.

Los primeros empiezan a "independizarse", gastan más dinero y están en condiciones de entablar relaciones románticas estables si las circunstancias se presentan. Los eventuales, o no pueden permitírselas, o están tan enfrascados en su busca diaria de empleo que sus perspectivas se orientan hacia relaciones de "entrada fácil y salida rápida".

El esquema en el trabajo es "entrada difícil y salida rápida". La gran masa de jóvenes son hoy empleados temporales con contratos a corto plazo, de salario mínimo o por debajo de él en la mayoría de los casos. Su entrada en el mercado de trabajo bajo el régimen neoliberal es probablemente su diferencia más importante con sus padres. Éstos entraron en el mercado laboral durante el tardofranquismo, una época de empleo en expansión, donde el grueso de los empleos eran fijos y los aumentos de sueldo sustanciales estaban a la orden del día. En contraste, la mayoría de los jóvenes que han entrado en el mercado de trabajo hoy pueden esperar un largo período de desempleo o, con más probabilidad, empleo en la economía sumergida con sueldos por debajo del salario mínimo y con horarios irregulares. Los bastante "afortunados" como para conseguir un empleo son, en su aplastante mayoría, trabajadores temporales, la mayor parte de los cuales serán "rotados": renovados o despedidos, pero raramente convertidos en trabajadores fijos. A diferencia de sus padres, los jóvenes trabajadores temporales temen perder su empleo, meterse en sindicatos, y compiten con los otros eventuales.

A pesar del salario de miseria y las terribles condiciones de traba¡o, estos trabajadores expresan "pánico" ante la idea de "verse en la calle", porque piensan que pasarán una época muy difícil encontrando un nuevo empleo. Tal como un trabajador expresaba:

"El miedo al despido del empresario es hoy peor que la represión bajo Franco". Es una verdad profunda que durante el periodo franquista los trabajadores se hallaban en una condición colectiva común, unificada por una ideología política y "de clase" común. La dictadura, aunque represiva, solía afectar a un pequeño número de trabajadores y las víctimas eran con frecuencia reintegradas en su puesto, o al menos tenían el apoyo de toda la fábrica.

Los jóvenes trabajadores temporales de hoy no tienen seguridad en el empleo, y apenas organizaciones colectivas o apoyo: están atomizados y son vulnerables a los dictados del empresario, que tiene el sostén legal del Estado, el cual apoya sus arbitrarias acciones. Hoy la dictadura del mercado es un enemigo más formidable de los trabajadores temporales que el régimen represivo de Franco, con su mano de obra estable y su mercado laboral en expansión. Pocos trabajadores temporales expresan sentimientos de solidaridad con sus colegas. Entre los eventuales hay un sentido de competencia y desconfianza, condicionado por las escasas posibilidades de un empleo "permanente".

En relación con los trabajadores fijos mayores, hay una mezcla de envidia y resentimiento a partir del hecho de que "se ocupan de sus propios intereses" y tienen empleo protegido, y de vez en cuando un cierto reconocimiento de los esfuerzos de los sindicatos por conseguir empleo fijo.

Debido al miedo profundo a que cualquier expresión de solidaridad de clase pudiera contrariar a los empresarios, la mayoría de los trabajores temporales evitan unirse a ninguno de los sindicatos (o se unirán al sindicato "colaboracionista") o, si de veras se "afilian", ocultan su pertenencia.

Fundamentalmente la estrategia es aparecer como un empleado súper trabajador y "con espíritu de empresa", dispuesto a trabajar fuera de horas y a evitar relaciones conflictivas con el empresario. Sin embargo, cuando hay una huelga, especialmente si el grueso de los trabajadores son fijos, los eventuales se unen a regañadientes a la misma, aunque sin desempeñar ningún papel destacado. En parte, siguen el ejemplo de los trabajadores mayores, y temen que les estigmaticen como esquiroles, aunque expresan poca simpatía por las demandas salariales de los otros cuando su problema básico, la seguridad en el empleo, no forma parte de la lucha.

La pasividad general de los trabajadores temporales, no obstante, se rompe cuando sus contratos se acercan a la renovación o están a punto de concluir. Confrontados con el despido inminente, al darse cuenta de que todos sus esfuerzos por ser trabajadores "leales" no dieron como fruto el empleo fijo, no es raro que los eventuales se organicen, expresen abiertamente su descontento y se acerquen a los sindicalistas más militantes pidiendo ayuda. En la mayoría de los casos, sin embargo, su arrebato de "acción de clase" es efímero. A pesar de algún apoyo de los trabajadores fijos y de los sindicalistas, la experiencia de la lucha colectiva ha dejado a los eventuales con poco en lo referente a "conciencia de clase". En vez de eso, hay rabia contra los jefes y cinismo hacia los sindicatos y los trabajadores fijos "que se ocupan de si mismos". En cierto sentido, el "despido" refuerza, más que una radicalización, el sentido de aislamiento y una visión del mundo como algo regido por el interés propio más egoísta. Como excepción, una minoría expresa un cierto respeto por la valentía y la solidaridad de los militantes en una batalla perdida de antemano (especialmente cuando un sindicato o un grupo de trabajadores fijos "dieron la cara" por ellos). En caso de que las luchas hubieran conducido a la inauguración de situaciones de empleo fijo, no es infrecuente que alguno de los antiguos trabajadores temporales se afilien a los sindicatos que llevaron la lucha. No es éste siempre el caso, sin embargo. Un número considerable de eventuales que se convirtieron en fijos, una vez han asegurado el empleo no se afilian a ningún sindicato o se unen a un sindicato conservador, en parte porque ofrecen "favores personales" o porque están interesados en hacer horas extraordinarias y aumentar su poder de consumo.

Aunque el empleo fijo es un estatus muy deseado por los trabajadores jóvenes, la mayoría están insatisfechos con su trabajo y tienen poca identificación con la fábrica o nada que se parezca a una cultura de la clase obrera. El empleo es un sitio donde trabajas, ganas dinero y te socializas en otra parte. En contraste con sus padres, que sentían una identidad u orgullo de formar parte de una fábrica bien conocida, de ser miembros de un sindicato, y tenían amigos cercanos en el trabajo, para la mayoría de los trabajadores jóvenes el trabajo es un aburrimiento, el sindicato "está ahí", y con los compañeros compartes una cerveza o no. La cuestión es hacer tiempo hasta el fin de semana o las vacaciones de verano, o comprarse un equipo de alta fidelidad. La consecución del "empleo fijo", cuando no se ha obtenido a través de la lucha colectiva, tiende a "confirmar" la actitud "conformista-consumista" entre los trabajadores temporales. Sin recibir una "perspectiva de clase" de la familia, el barrio o los amigos, y sin haber formado parte de una lucha política equivalente al antiguo movimiento antifranquista, muchos jóvenes trabajadores fijos sucumben fácilmente a la ideología individualista del "sólo miro por mí". Sin embargo, a una minoría de jóvenes trabajadores les han influido los viejos obreros militantes, se han vuelto activos en el sindicato y, en algunos casos, han salido elegidos como "delegados" de fábrica. En ciertos casos, esto obedece a lazos previos con movimientos políticos o sociales, o porque los sindicatos tuvieron un papel activo a la hora de asegurar empleo. En otras ocasiones, convertirse en delegado de fábrica es visto como un vehículo para conseguir tiempo libre de un trabajo aburrido, o influencia de cara a un objetivo personal, o se hace por frustración, tras alguna petición denegada. Lo que más frecuentemente se encuentra en los jóvenes militantes sindicalistas, sin embargo, es un disgusto con su trabajo y un deseo de irse a otra cosa. Dentro de la fábrica o fuera. El trabajo de fábrica se ve como un medio de "ahorrar" para eventualmente abrir un pequeño negocio, editar una revista musical o volver a la educación superior. A pesar de que el empleo fijo es un "premio" muy codiciado, una vez se consigue pierde rápidamente su "lustre" y empieza el descontento con el puesto de trabajo. Este descontento tiene dos caras. Por un lado, da pie a soñar con otros tipos de trabajo, o a fuertes deudas por bienes de consumo. Pero, por otro lado, brinda una base para llegar a formar parte de una acción militante. Sería un error trazar hoy una línea estricta entre los trabajadores jóvenes y los mayores. Aunque es verdad que muchos de estos últimos mostraron en el pasado mayor conciencia de clase que los jóvenes trabajadores contemporáneos, gran parte de la vieja solidaridad y sentimientos colectivos se han disipado. Muchos de los trabajadores mayores han sido ellos mismos alcanzados por la idiosincrasia consumista; muchos se ven enredados en favores personales con el sindicato y la empresa a fin de asegurar empleo para sus hijos. Si manifiestan más lazos con los sindicatos y disposición a la huelga, esto suele ir ligado a estrechos intereses "corporativos".

Así, mientras algunos jóvenes trabajadores fijos están disponibles para la actividad sindical, muchos trabajadores mayores han perdido gran parte de su solidaridad de clase. Todo esto tiene lugar en un contexto de inseguridad general entre todos los trabajadores. Las políticas anti-laborales del régimen neoliberal, la movilidad de las corporaciones multinacionales y la nueva legislación laboral que facilita los despidos y los cierres patronales, han creado un sentimiento general de miedo entre los trabajadores jóvenes y mayores, entre los fijos tanto como entre los temporales. El miedo ha reducido la disposición de mucho trabajadores fijos a comprometerse en huelgas a favor de mejoras. En la mayoría de los casos, las huelgas tienen lugar contra nuevas pérdidas salariales o de protección del empleo, o cierres patronales. Las luchas son a la defensiva. A falta de ataques directos, la mayoría de los trabajadores se "bunkerizan" y tratan de "evitar conflictos" o consolidan lo que han logrado. En este contexto, la mayoría de sindicatos y partidos políticos de izquierda ya no ofrecen una visión de una sociedad alternativa a la pesadilla neoliberal. A lo sumo, intentan atenuar los golpes: privatizaciones graduales, menos pérdidas de empleo, mayores indemnizaciones a los trabajadores despedidos, etc. En cierto sentido, los dos sindicatos principales (al menos sus cúpulas) han sido asimilados dentro del proyecto neoliberal. Critican sus excesos y piden más gastos sociales, a cambio de compartir los argumentos de productividad de los empresarios. A falta de una referencia "sindical", no es sorprendente que la mayoría de los jóvenes trabajadores se vuelvan hacia soluciones "individuales" y que unos pocos comiencen a orientarse hacia los sindicatos minoritarios más radicales.

Emparedados entre unos trabajadores temporales que se ajustan de cara al exterior a la imagen que tienen los jefes del "buen trabajador", y unos trabajadores mayores que luchan por asegurar su longevidad y su jubilación, los jóvenes trabajadores fijos carecen de un contexto que encienda la rebelión (huelgas salvajes, acciones en el trabajo). En una palabra, aun suponiendo que a través de intercambios con la familia, el barrio o el puesto de trabajo, los jóvenes trabajadores fijos adquirieran "conciencia de clase", las condiciones globales no facilitan su expresión.

EN RESUMEN

La nueva generación de jóvenes trabajadores eventuales carece de continuidad en el trabajo y en sus relaciones personales aparte de la familia, que les permita duplicar la vida de sus padres.

El neoliberalismo derriba las tradiciones, las costumbres y la continuidad en el puesto de trabajo. Socava la formación de nuevas familias y perpetúa la "familia extensa" de un modo anormal. El poder de los capitalistas para contratar y despedir, renovar o cancelar los contratos de trabajo, crea un sentimiento de transitoriedad que mina los lazos personales y sociales, así como el sentido de autoestima. En la mayoría de los casos, los trabajadores temporales están atormentados por la inseguridad: cómo reaccionar ante abusos del empresario (exigencia de horas extras sin pagarlas).

En un contexto de contratos de trabajo vulnerables, dependen del empresario y al menos en un caso de nuestros encuestados preguntaron al patrón si debían unirse a una huelga general, conducta que provocó la risa del padre, un curtido activista sindical. Pero risas aparte, ¿dónde estaba el padre todos aquellos años para enseñar los valores de la clase obrera y dónde estaban los sindicatos cuando se aprobó la nueva legislación laboral, que facilitaba los contratos de trabajo temporales?

La inseguridad personal va ligada a relaciones transitorias; las historias personales son una serie de buenos y malos episodios desconectados entre sí. Todo lo cual refuerza un sentido de "egocentrismo" y una carencia de facto tanto de solidaridad como de capacidad para mantener relaciones serias a largo plazo. El problema de organizar a los jóvenes trabajadores temporales estriba no sólo en los obstáculos "objetivos" creados por una legislación laboral adversa, un Estado hostil y unos empresarios agresivos; es también subjetivo. Se necesita contrarrestar la ideología egocéntrica y atomizadora que ha ganado ascendiente entre muchos trabajadores temporales fuertemente explotados y marginados, los cuales fácilmente aceptan críticas al sistema y quieren sacar beneficios de todas las huelgas, pero se siguen resistiendo a compromisos sociales que atenten contra sus gratificaciones inmediatas. Los movimientos puramente "instrumentales", o movimientos por puntos concretos en pro de un "trabajo digno" o "empleos", es poco probable que conduzcan a ningún tipo de movimiento que haga camino. Lo que es fundamental es la necesidad de educar en nuevos valores socio-culturales, que brinden una comprensión más profunda de las relaciones entre el descontento privado y la realidad social; y cómo las experiencias sociales cotidianas del trabajo y la lucha colectivos brindan la base para una visión social alternativa de la sociedad, el Estado y el trabajo.




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