La ciudad y los perros

Pasando por Barcelona

         
                   Nick Ravangel

Barcelona supo ser una ciudad industrial y rebelde a principios del siglo XX. Aquí se juntaron Margarita Xirgu y Federico García Lorca, despuntaron los ateneos libertarios donde las clases populares accedían a la cultura, florecieron tertulias literarias, crecieron las editoriales en lengua castellana y catalana.
Barcelona era un faro del Mediterráneo.

¿Es cierto, como dicen muchos historiadores, que fue Cataluña la única región de España (quizá junto a Euskadi) que accedió al capitalismo? Y cuando digo capitalismo no me refiero a esta porquería fascistoide de hoy, sino a la opción de progreso que terminó con el feudalismo.
Hoy la ciudad es una sombra de su propio pasado. Las épocas de consumo, de mediados de los 90 hasta el 2008, le hicieron mucho daño. A eso hay que sumar la enorme derrota de las organizaciones que plantearon un cambio real, dura en el terreno político y social y trágica en el cultural.
La universidad está (según encuesta reciente publicada en todos los periódicos) ubicada en el lugar 179 entre las universidades del mundo. Es, como tantas, una universidad pensada de cara a las empresas y las multinacionales, una universidad que ya no forma gente culta sino empleados bien preparados, de los cuales los mejores desarrollarán sus habilidades en el extranjero.
Los jóvenes, con un uso desmesurado de los pulgares, dedican su ocio a comunicarse por telefonía móvil o facebook y a placeres en los que sólo disfruta el cuerpo, como dijera un viejo profesor pensante. Y el ocio es mucho, porque el 50% de ellos está desempleado.
Dentro de dicho panorama, la última moda es el perro. La mayoría de los jóvenes arrastra uno por las calles de la ciudad. Se pone la piel de gallina de pensar en el enorme volumen de dinero que se gasta en dar de comer a las mascotas cuando hay miles de hogares, sólo en Cataluña, sin ninguna entrada y la gente hace cola en los comedores públicos. Y en el gasto que supone limpiar los ríos de orina y la enorme cantidad de excrementos que dejan los desaprensivos. ¿Dónde está la solidaridad, dónde el sentido de pertenencia?
Preguntará un turista despistado: ¿pero en este país no hay normas? Sí, las hay, pero no se cumplen. A los políticos les interesan, más que nada, los votos, y no se pueden poner un colectivo en contra aunque haciendo eso defiendan la sanidad pública y la cordura.

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