. Las instituciones de la lengua son globalizadoras
cuando piensan el mercado
y monárquicas cuando tratan la
norma. La noción pluricéntrica, entendida en sentido estricto
(diversos centros no sometidos a autoridad hegemónica), queda cabalmente
desmentidaentre otros ejemplos por el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005),
en el que el 70 por ciento de los “errores” que se sancionan corresponde a usos
americanos. El mito de que el español es una lengua en peligro cuya unidad debe
ser preservada ha venido justificando la ideología estandarizadora, que supone
una única opción legítima entre las que ofrece el mundo hispanohablante.
En la tradición del pensamiento argentino esto se
ha debatido profusamente. Desde la intervención de Sarmiento sobre la necesaria
reforma ortográfica hasta la afirmación del matiz en Borges , la condición
americana de nuestra lengua no estuvo exenta de querellas. Para los hombres del
siglo XIX, se trataba de sacudir la condición colonial de esa herencia y por
ello emprendieron la búsqueda de formas atravesadas por otros idiomas. Pero si
coquetearon con el francés, se asustaron con el cocoliche, y aún más con la
idea de que la diferencia provenía de los diversos mestizajes y contactos con
el mundo indígena. Las discusiones sobre la lengua fueron discusiones sobre la nación. Durante el
siglo XX, los debates sobre la lengua también fueron en gran medida debates
sobre las instituciones y sobre el papel del Estado
nacional. La emergencia de voces que propugnaban
por una “soberanía idiomática” tuvo un momento de condensación cuando el
gobierno peronista enunció, en 1952, el objetivo de crear una Academia Nacional
de la Lengua para que produjera instrumentos lingüísticos propios. Cuestionaba,
así, a las academias normativas existentes, en particular a la Real Academia Española.
Son y no son nuestros debates. En este momento, la crítica a España no debería
abrir posiciones de retorno a esos énfasis nacionales. Que por un lado creían
en las nuevas amalgamas y por otro tendían a borrar toda diferencia interna,
negando, para ser nacionales, la heterogeneidad étnica y cultural de las
poblaciones habitantes del territorio. Nuestra contemporaneidad, signada por
intentos novedosos de integración sudamericana, en la que por primera vez la
región se ha dado instituciones políticas de articulación (el Mercosur, la
Unasur, el ALBA) abre una perspectiva fundamental: la de considerar la cuestión
de la lengua a nivel regional, como dimensión de esos procesos en los que
frente a la globalización mercantil se forja una alianza entre los países de la región. Una región en
la que hay dos lenguas mayoritarias, el portugués y el español, y lenguas
indígenas que trascienden las fronteras nacionales, como el quechua, el
mapuche, el guaraní, merece políticas de integración y comunicación, apostando
al bilingüismo y al reconocimiento de lo plural y cambiante en los idiomas. La
lengua es el campo de
una experiencia y la condición para la constitución de sujetos políticos y, a
la vez, una fuerza productiva.
II
Valoración política de la heterogeneidad más que
festejo mercantil de la
diversidad. Eso reclamamos. No sólo en lo que hace a
territorios nacionales en los que coexisten lenguas indígenas y lenguas
migratorias. También afirmación de la heterogeneidad en los usos literarios y
expresivos. La idea de un “castellano neutro”, usada en los medios de
comunicación y en algunos tramos de la legislación, termina situando una
variedad –en general la culta de las ciudades– en ese lugar sin comprender su
propia condición relativa y arbitraria. En la oralidad borra las diferencias
regionales y en la escritura funciona como llamado a un aplanamiento de la
capacidad expresiva en nombre de la comunicación instrumental.
Allí funciona, como es posible ver en las
industrias editoriales y en los medios de comunicación, una estrategia de
mercado que no supone menos homogeneización y supresión de las diferencias que
las viejas instituciones estatales y sus controles disciplinarios. La
integración latinoamericana, como horizonte necesario de las políticas
nacionales, supone una conjunción de esas heterogeneidades y no su olvido en
nombre de una globalización sin asperezas ni rugosidades.
Así como hay discusiones en curso sobre los medios
y sobre la Justicia, creemos necesario constituir un foro sobre las cuestiones
que hacen a las políticas de la
lengua. No es necesario abundar sobre esa dimensión, pero sí
enunciar algunos ejemplos: las industrias audiovisuales no pueden pensarse, tal
como se hace visible con la ley del doblaje, sin decisiones sobre la lengua o
sólo con la idea de trabajo nacional o desarrollo propio; las estrategias
educativas centradas en la
distribución de herramientas
tecnológicas no pueden completar su tarea sin la consideración de los contextos
lingüísticos de su aplicación; la literatura no puede desligarse de la
consideración social de la lengua que hablamos y tampoco de la situación del
mundo editorial, ligado de múltiples modos con los mercados internacionales.
Todos estos fenómenos tienen varias dimensiones: la material, económica,
empresarial, laboral y la que hace a la fundación cultural. No pueden verse
como disyuntivas tenaces, a elegir entre cosmopolitismos entreguistas y
defensas soberanistas, sino como la oportunidad única, para América latina, de
recrear sus modos de integrarse y diferenciarse
III
En marzo de 1991, el gobierno de Felipe González , con
explícito auspicio de la corona española, creó el Instituto Cervantes ,
situándolo en principio como dependencia del Ministerio de Asuntos Exteriores.
La fecha y la iniciativa de gobierno no son en nada ajenas al proceso político
de rápida integración europea en el que en ese período, entre mediados de la
década del ’80 y la década del ’90, se encontraba España, obligada entonces a
poner en línea con la Unión no sólo los índices de regulación fiscal y un
conjunto de estrategias económicas para ingresar plenamente al mercado común
europeo, sino también sus políticas de administración pública, educativas y
culturales. Es en el marco general de esas reformas que el gobierno español
asume la determinación de proyectar institucionalmente la lengua, entendiéndola
como bien estratégico. Se inscribe así en una larga tradición europea que
arranca en Francia en el siglo XIX. La Alliance Française ,
que
según las mediciones estadísticas de la Unión, se
promociona actualmente como la organización cultural más grande del mundo, fue
creada en 1883, por un comité de notables entre los que se encontraban Louis
Pasteur, Ernest Renan, Jules Verne, el ingeniero Ferdinand Lesseps y el editor
Armand Colin. El propósito de la institución, equivalente del tardío Instituto Cervantes ,
fue también el de difundir la lengua y la cultura francesas en el mundo. Hacia
fines del siglo XIX, este objetivo enlaza evidentemente con las políticas de
expansión y reparto de zonas de influencia de las potencias imperiales
europeas. A cuenta del ingeniero Lesseps no sólo hay que poner esa iniciativa
“cultural”, también la construcción del canal de Panamá y del canal de Suez (el
unoindispensable conexión oceánica para las nuevas configuraciones del mercado
mundial y el otro pieza fundamental de la política imperial francesa); y de su
discípulo Alfred Ebélot, la construcción argentina de la zanja de Alsina, foso
fronterizo con el mundo indio. La Società Dante Ali-ghieri
se funda en 1889, su primera zona fuerte de influencia se sitúa en el norte de Africa. Y ya en el siglo XX, el
British Council y las asociaciones de cultura inglesa y en la reconstrucción
alemana de posguerra (1951) el
Goethe Institut. En los últimos años, en un contexto bien
diferente, se fundaron el Instituto Confucio (China) y el Camoes (Portugal), al
tiempo que Brasil proyecta su Instituto Machado.
Esta brevísima descripción de los organismos
europeos creados para la difusión de sus lenguas centrales, vinculados en
general con perspectivas diplomáticas y de política exterior, apunta a señalar
que fueron inicialmente concebidos como instrumentos de asociación entre el valor
“comunicacional” de la lengua y el sistema de expansión y aclimatación de la
economía mundial en el período. La lengua queda así principalmente comprometida
en su rasgo instrumental, como dispositivo técnico de penetración económica por
una parte, y a la vez
como fórmula de colonización y
propagación cultural. No muy distinto es el caso del Instituto Cervantes.
Adaptado a las exigencias de la integración española a Europa en el auge de la
globalización, se propuso sin embargo y desde el comienzo como apéndice de una
articulación mayor y específica con la vieja institución reguladora de la
lengua, la Real Academia ,
y sus sedes y correspondientes americanas. El Cervantes se define así
en un doble escenario funcional: instrumento de promoción de la enseñanza del
español y de divulgación cultural en países y regiones no hispanohablantes, e
institución de apoyo a las políticas reguladoras y normativas de la lengua en
países de habla hispana. Esta doble función la distingue del resto de los
organismos europeos equivalentes. La Academia Francesa
o la italiana (Accademia della Crusca) no buscan imponer significativamente
formas normativas a través de la Alliance o la Dante; y en el contexto
anglófono, como se sabe, no hay institución que rija las mutaciones y variedades
de la lengua inglesa. En esos años, los ’90, el Cervantes se asume como
correlato y “avanzada” del intenso crecimiento de los negocios españoles en
Sudamérica (privatización de las comunicaciones, de laenergía y del transporte,
fuerte penetración de la banca, etc.). Por su parte, y ya a partir de la década
anterior, las industrias culturales españolas comienzan a proyectarse como un
campo de profuso rendimiento. La industria editorial, entonces fuertemente
subsidiada por el Estado español, fue esbozándose como cifra hegemónica en la
región idiomática y beneficiaria de los bruscos procesos de concentración del
sector. Desde entonces, el Instituto Cervantes ha sido y es una pieza decisiva
en la construcción de la “marca” España. La palabra “marca”, con la que el Instituto Cervantes
y sus organismos satélites tienden a identificarse, y referida para nombrar los
desplazamientos de mercado, las astucias y fetichismos de la publicidad,
constituye una huella histórica evidente del papel que viene asignándose a la
lengua.
IV
La lengua no es un negocio, pero a menudo se la
trata como tal, y entre algunas corporaciones españolas, por ejemplo, cunde la
metáfora de compararla con el petróleo. España no tiene crudo, se dice, pero
perforando en sus yacimientos brotó a borbotones el idioma español, que terminó
por arrojar más y mejores réditos. Pero las perforaciones no se hacían sólo en Madrid , también en
Medellín, en Lima ,
en Santiago, en Buenos
Aires ; en materia idiomática, España siempre sintió que se
trataba de “sus” yacimientos, pues no se cansa de decir que se trata de un
“bien común” e “invaluable”, y que por eso es ella la que se encarga de
comercializarlo en el resto del mundo. El patrimonio es compartido, pero la
destilación es extranjera.
Para dimensionar la realidad petrolífera de la
lengua citaremos sólo algunos datos que surgen del Informe 2012 del Instituto Cervantes :
más de 495 millones de personas hablan español. Es la segunda lengua del mundo
por número de hablantes y el segundo idioma de comunicación internacional. En
2030, el 7,5 por ciento de la población mundial será hispanohablante (un total
de 535 millones de personas). Para entonces, sólo el chino superará al español
como lengua con un mayor número de hablantes nativos. Dentro de tres o cuatro generaciones,
el 10 por ciento de la población mundial se entenderá en español. En 2050,
Estados Unidos será el primer país hispanohablante del mundo. Unos 18 millones
de alumnos estudian español como lengua extranjera. Las empresas editoriales
españolas tienen 162 filiales en
el mundo repartidas en 28 países, más del 80 por ciento en
Iberoamérica, lo que demuestra la importancia de la lengua común a la hora de
invertir en terceros
países. Norteamérica (México, Estados Unidos y Canadá) y España suman el 78 por
ciento del poder de compra de los hispanohablantes. El español es la tercera
lengua más utilizada en la
red. La penetración de Internet en la Argentina es la mayor
entre los países hispanohablantes y ha superado por primera vez a la de España. La demanda
de documentos en español es la cuarta en importancia entre las lenguas del
mundo.
Otro dato final, que no consta en el Informe: el 90
por ciento del idioma español se habla en América, pero ese 90 acata, con más o
menos resistencia, las directivas que se articulan en España, donde lo habla
menos del 10 por ciento restante. Estos números bastan para comprender el
interés en discutir los destinos de la lengua: sus usos, su comercialización,
su forma de ser enseñada en el mundo. Si fuera sólo un asunto económico no
tendría relevancia el tema, pero afecta a las democracias, a la integración
regional, a la soberanía cultural de las naciones.
Pretendemos evidenciar esta realidad, no para crear
un frente común contra España, a la que no consideramos nuestra enemiga. El
problema es el monopolio, la utilización mercantil de la lengua y la
consiguiente amenaza cultural que supone imponer el dominio de una variedad
idiomática. España no es el enemigo, pero no solapamos la necesaria polémica
que debemos establecer con sus órganos de difusión y comercialización de la lengua. Cuando el rey Juan Carlos le dice
al nuevo director del Instituto
Cervantes y ex presidente de lce al nuevo director del Instituto Cervantes
y ex presidente de la
Real Academia : “¡Ocúpese de América!”, nosotros conocemos
bien la naturaleza profunda de esa ocupación.
España, por lo demás, tiene todo el derecho del
mundo a tener una política de Estado en relación con la lengua; lo insólito es
que nuestro país no la tenga, cediéndole el “derecho a disfrutar bienes ajenos
con la obligación de conservarlos, salvo que la ley autorice otra cosa”, según
define “usufructo” el Diccionario de la RAE, al que le rendimos este pequeño
tributo, apelando a sus propias definiciones.
V
década del ’70, en el período inmediatamente
anterior a la generalización de modelos dictatoriales de gobierno en la región,
la literatura latinoamericana produjo, al margen del llamado “boom”,
acontecimientos relevantes de cruce e interrelación. Acontecimientos cuya
medida no atañe meramente a los mecanismos editoriales de distribución o comercialización
del libro, sino al campo de la lengua misma, a sus procedimientos y
construcciones poéticas. Los lectores argentinos, no requeridos de esa
abstracción de mercado que se presenta bajo la fórmula “español neutro”,
incorporaron sin dificultad el conjunto de variedades de la lengua e
inversamente el idioma de los argentinos fue asimismo recibido y conjugado por
lectores mexicanos, cubanos, peruanos, chilenos o colombianos.
Aunque se trata de una especulación no del todo
comprobable, si es cierto que la neutralidad que ahora persiguen las grandes
corporaciones editoriales reporta mayores ganancias, es a la vez indudable que
pone en funcionamiento un mecanismo de abierto empobrecimiento de la lengua. El programa de
uniformización que está en curso es el correlato concluyente de la naturaleza
general normativa y de las corrientes totalizadoras de esta etapa del
capitalismo. Aun a pesar de sus pronunciamientos y sermones democratistas, el
espíritu neoliberal procede de una difusa raíz totalitaria. Si conocimos
sobradamente la bestialización económica del programa, sus efectos destructivos
de vaciamiento político institucional y los daños generales causados sobre el
tejido social, no menos preocupante, aunque de verificación más opaca, resulta
el impacto que esa lógica impuso e impone sobre la lengua. Como en la
parábola de la “carta robada”: sus alcances están a la vista y a la vez
ocultos.
Lo que es cierto respecto del control corporativo
de los medios de comunicación lo es también en el campo de la producción cultural, en el sector
editorial, en el audiovisual, en la historia literaria reciente, en la
traducción, en la enseñanza del español como lengua extranjera o en el
amplísimo terreno de la educación pública. Por una parte enfrentamos la tarea
de nombrar los efectos de estas políticas de la lengua, pero también, y sobre
todo en condiciones de amenaza latente de restauración neoliberal, la necesidad
perentoria de establecer una corriente de acción latinoamericana que recoja la
pregunta por la soberanía lingüística como pregunta crucial de la época.
VI
Es tiempo, creemos, de sostener el camino de una lengua
cosmopolita, a la vez, nacional y regional. Nuestro español, pleno de
variedades, modificado en tierras americanas por el contacto con las lenguas
indígenas, africanas y de las migraciones europeas, nunca fue un localismo
provinciano. Fue lenguaraz y no custodio, es experiencia del contacto y no
afirmación purista. Al menos, el que sostenemos como propio. En América latina
se han macerado grandes escrituras al amparo de esa búsqueda: desde el
ensayismo del peruano José
Carlos Mariátegui , que pensaba que una cultura nacional
surgía de la doble apelación al cosmopolitismo y al indigenismo, hasta la
antropología del brasileño Gilberto
Freyre , que vio en el portugués del Brasil una creación de
los esclavos africanos. Pero también desde la lengua mixta y tensa de José María
Arguedas, lengua que problematiza la herencia colonial, o el barroco americano
de Lezama, definido como lengua de contraconquista, hasta la precisa
intervención borgeana. Porque Borges, cuyo peso y búsquedas en estas
discusiones son innegables, fue quien marcó el camino de una
inscripción profundamente argentina de la lengua literaria y a la vez la
desplegó como español universal.
Borges es el Cervantes del siglo
XX: ésto es, el renovador mayor de la lengua, no sólo para su país natal sino
para el conjunto de los hispanohablantes. Si en los años veinte buscó en la
sonoridad de la criolledá la expresión idiomática propia, una década después descubría
que no se trata de color local: que la lengua estaba en un tono, una
respiración, una andadura. Lo hizo de modos polémicos y no poco cuestionables,
como su carácter antiplebeyo y sus derivas conservadoras. Pero es el momento de
recuperar, con su nombre, una apuesta que toma la suya como inspiración y al
mismo tiempo debe modificarla.
Una apuesta, dijimos, a generar un estado de
sensibilidad respecto de la lengua, que no se restrinja a una reflexión
académica sino que enfatice sobre su dimensión política y cultural, y que se
proyecte sobre las grandes batallas contemporáneas alrededor de las hegemonías
comunicacionales y la democratización de la palabra. Una apuesta
que por ahora imaginamos doble: la constitución de un foro de debates en el
Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional
y el impulso a la creación de un Instituto Borges : un ámbito desde el cual producir
una composición latinoamericana de estas cuestiones. Una institución que lleve
este nombre, como episodio argentino de una política encaminada a la creación
de una Asociación Latinoamericana de la lengua, forzosamente deberá considerar
su acto de fundación también como un acontecimiento de la lengua, portador de
su memoria viva, de su pasado escurridizo y de las adquisiciones que obtiene y
puede perder en su camino. Un Instituto Borges puede ser una institución con sus
actos de reunión y reconocimiento, pero también una inflexión para mantener la
vida propia del horizonte lenguaraz en el que vivimos.
De Página 12
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