Europa, lo viejo y lo nuevo



Por Emir Sader

Europa se jactó, con razones, de haber sido el continente de las democracias. Especialmente durante las décadas en que tuvo vigencia el Estado de Bienestar Social, el continente se podía enorgullecer de combinar sistemas políticos democráticos com democracia social.
La unidad europea venía a consolidar esos sistemas y a afirmar su lugar en el mundo, pero sucedió lo contrario. Cuando se mira hoy a Europa, lo que se ve es la destrucción de los derechos sociales que han caracterizado a los países del continente durante décadas, la consolidación de la hegemonía de un pais sobre los otros, así como la pérdida de la capacidad de los ciudadanos de decidir sobre los destinos de sus países.
Cuando las grandes corrientes tradicionales disuelven sus diferencias en la adhesión a las políticas de austeridad, cuando las decisiones de la gente –como es el caso de Grecia– no encuentran cauces para realizarse, se descaracteriza el sistema de partidos. Ante el simple surgimiento de fuerzas renovadoras, que se rebelan en contra de ese consenso del gran capital financiero, se desatan los poderes conservadores –desde los grandes medios hasta el Banco Central Europeo y sus acólitos–. Nada nuevo puede ser posible, aun a riesgo de que todo se caiga, aunque otro mundo sería posible.

Así, tristemente, Europa exhibe al mundo un escenario de intrascendencia del continente en la política internacional, de tanto subordinarse a las políticas de Washington y ahora a su Consenso. El orgullo de las especificidades europeas se disuelve y hasta el rol importante que el pensamiento europeo y su cultura han tenido en el mundo, se destiñe. No llegan ideas y referencias desde Europa sino, al contrario, llega la imagen un mundo viejo que se resiste a cambiar.
Cuando Europa fue menos liberal, más reguladora, fue un continente más justo. Cuando se rinde al liberalismo, se suma al mundo de la desigualdad y de la exclusión social. Europa no saca lecciones de su pasado reciente, sino importa los modelos del FMI y del Banco Mundial. En lugar de valerse de su capacidad creativa para generar alternativas, cede ante los modelos neoliberales que han fracasado en todo el mundo.
Se vacían así sus sistemas políticos, que pierden su contenido democrático. Es un desastre para la lucha democrática en todo el mundo que las democracias europeas pierdan sentido y se vuelvan reiteración de lo mismo mediante distintas siglas partidarias.
El drama de Grecia representa esa rendición. Un pueblo elige un gobierno que quiere romper con el circulo vicioso que la dominación del capital especulativo ha impuesto a los países y a sus gobiernos. Hace una consulta popular, por la cual la ciudadanía expresa su voluntad de ruptura de esas cadenas. Pero las estructuras económicas y políticas de poder en Europa impiden que esa voluntad popular se realice. El poder del capital financiero se contrapone a la soberanía popular, a la democracia del pueblo.
¿Se termina así la democracia en Europa? Si se sigue impidiendo que nuevas fuerzas renovadoras puedan llegar al gobierno y poner en práctica políticas alternativas, la democracia política estará siendo reducida a un cascarón sin contenido popular.
Para intentar bloquear a esas alternativas nuevas, se desata el monstruoso poder mediático para generar formas de rechazo a esas fuerzas, mediante campañas de mentiras y difamaciones, de diseminación del miedo al cambio, que es la única estrategia que le queda a las fuerzas conservadoras y sus variantes mal disfrazadas de renovación de lo viejo para intentar que sobreviva.

En esa lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre el no podemos y el podemos, entre la resignación y la indignación, se juega el destino de la democracia en Europa.



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