El hincha, dócil cliente del fútbol neoliberal

Paul Walder

Punto Final      



Hay algo en el fútbol que rebasa a los otros deportes, para elevarlo a la categoría de pasión de las masas. Está relacionado con la comunidad, con el juego colectivo, con la necesidad de pertenencia, identidad e integración. Pero expresa también, como escribía Ignacio Ramonet hace unos años, el drama de los perdedores, porque en el fútbol siempre habrá más perdedores que ganadores, a lo cual podríamos agregar que siempre, y por muy campeón que sea un equipo, estará la oportunidad de la derrota. El fútbol tiene que ver con la vida misma.
Por eso es el deporte de los pobres, identificados con su equipo como si fuera su propio destino. Amar al equipo es, decía Ramonet, aceptar la derrota y el pesar. ¡Qué partido no es sufrimiento! Y es precisamente esta pena, bastante más frecuente que la alegría, la que concita la unidad. Somos leales pese a toda la adversidad, permanecemos juntos, nunca estaremos solos. Así lo dice el himno del Liverpool FC, club proletario británico :"You will never walk alone" (Nunca caminarás solo).
Es éste el aspecto del fútbol que ha atraído a los políticos, que lo aman y también le temen. Porque los hinchas dan su vida por su equipo, que trasciende y se funde de una manera compleja con la identidad nacional. Levantar la bandera de cualquier país en el estadio es una representación patriótica que expresa en esos momentos no solo sentimientos de profundo nacionalismo, sino aún más: es también un ritual guerrerista, expresado como rostros pintados, que lleva a enfrentamientos y sacrificios. El estadio, y también las calles después de un partido, se convierten en un espacio para las más extremas representaciones nacionalistas. Un acto litúrgico como pocos en la sociedad moderna.