Nexo, Destabanda y Cuadernos de Granaldea

TRES MOJONES DE UN PROYECTO CULTURAL DURANTE LA DICTADURA URUGUAYA
(un aporte testimonial)


Me voy a ubicar, desde el comienzo, en el lugar del implicado. Porque fui parte de la peripecia cultural que comenzó con Nexo, siguió con Destabanda y culminó en los Cuadernos de Granaldea. Pero sinteticemos primero el escenario de aquel entonces.
El denominado, por el régimen cívico-militar uruguayo, “Año de la Orientalidad” (1975), se caracterizó por una gran purga en la enseñanza, desde el nivel de Primaria a la Universidad; comenzó con el semanario Marcha clausurado definitivamente (en noviembre del 74). Unos meses más tarde se prohibió el accionar cultural de Teatro El Galpón, en un marco de feroz represión de militantes políticos, gremiales o simplemente sociales y culturales. La censura de libros, publicaciones, películas, obras de teatro y letras de canciones, se volvió pan de cada día.
Tal fue el contexto en el cual apareció la revista Nexo.


Un Nexo polémico


Los que la hicimos éramos veinteañeros, y llegamos al proyecto luego de experiencias similares poco antes del Golpe: Roberto Mascaró, dirigiendo la revista de poesía Son (1971-72, cuatro números), y en mi caso la dirección de la revista literaria El pez digital (1971, único número) y la participación en el consejo de redacción de Opus (1971, dos números). No fue, entonces, la típica primera publicación. Pudimos llegar a Nexo aprovechando lo que nos habían aportado aquellas iniciales experiencias.
Nuestro modelo fue, y en eso no resultamos nada originales, la revista Crisis que se publicaba en Buenos Aires y circulaba también en Montevideo, una publicación que marcó un perfil renovador (lo que se reflejó en el diseño de las carátulas, la diagramación y en algunas secciones). A pesar de nuestra desmedida admiración por Crisis, logramos no obstante esbozar un proyecto propio, ajustado a la modestia de los medios que disponíamos (todo se hacía a pulmón, y el dinero salió de nuestro bolsillo y de algunos pocos avisadores entre los que se contaban las casi únicas editoriales de la época, Banda Oriental y Arca). Para quienes conocieron Crisis, vale aclarar que no la emulamos en el formato. Nexo tuvo un tamaño de libro grande o cuaderno; las carátulas de cada entrega se caracterizaron por colores (Nro. 1 naranja; Nro. 2 azul), y en la misma aparecían –igual que en la argentina- los títulos principales. La impresión se hacía en CBA, la offset de Antonio Dabezies, responsable de un alto porcentaje de las ediciones alternativas en los años de facto. No tenía colores en sus páginas, pero sí ilustraciones en blanco y negro (alguna foto, pero sobre todo dibujos de artistas plásticos –que se integraron al grupo- como Miguel Malfatto y Beatriz Gulla).
En aquella redacción ambulante –que circuló de café en café, del Sorocabana de la plaza Cagancha a Los Inmortales de la plaza Matriz, y de la confitería La Liguria en la Unión al Sirocco de 8 de Octubre y Manuel Albo- teníamos ideas claras sobre qué íbamos a hacer. Sabíamos que, ante la ausencia a esa altura evidente de medios de prensa que se contrapusieran al coro monocorde de la prensa grande alineada con la dictadura, la revista iba a ser leída también como vehículo periodístico; de ahí secciones como El toro por las guampas y las dedicadas a las noticias y misceláneas, y también el alcance más general de algunas notas.
Pero vamos a recordar a algunos de los participantes, que al pasar de los años lograron destaque en diversas áreas de la cultura: Julio Varela –escribió una nota sobre la subcultura rock- se convirtió años después en periodista especializado en divulgación científica. Ana Luisa Valdés, que publicó en la revista su primer cuento con seudónimo (estaba todavía presa en Punta Rieles), más adelante se radicó en Suecia encauzándose como traductora, escritora y periodista. Asistía a aquellas reuniones interminables un jovencísimo Antonio Ladra, que tuvo a partir de los ochenta una carrera periodística notoria. Y en las mismas condiciones lo hacía Luis Pereira, hoy valioso poeta, constante editor del género, gestor e infatigable promotor cultural. Y, last but not least, los ya nombrados al comienzo: Roberto Mascaró, que tenía claro su camino en la poesía, quien es –luego de tres décadas de vivir en Europa- uno de los poetas más significativos fuera de fronteras. Y quien esto escribe; hasta el presente en periodismo cultural (en los últimos años en proyección latinoamericana); fiel a la poesía y también a la narrativa, pero sobre los años ochenta encauzándome en la crónica urbana e histórica y también en el ensayo.
La pregunta pertinente puede ser: ¿cómo se formó el grupo, en medio de la cerrazón de aquellos años? El núcleo inicial lo constituimos Roberto, su hermana Gabriela Revel (muy joven, y buena narradora) y yo. Logramos conectar al resto, en la primavera del año 1974, a través de cartas en los medios –El Diario de Noche y El Día; en radio: La 30 y Discodromo Sarandí- donde sintetizábamos la idea y sus objetivos. Fueron muchísimos los jóvenes que se acercaron, pero al final quedaron pocos pues fuimos muy selectivos, y porque otros, que sólo querían ver sus poemas en letras de molde, se cansaron de las eternas discusiones y debates que caracterizaban nuestros encuentros. Por cierto: éramos visitantes asiduos de las editoriales antes mencionadas, y no fue casualidad que en el primer número apareciera un cuento de Milton Fornaro (en ese entonces lector de Arca), y en el segundo una crítica de Heber Raviolo (director de Banda Oriental) sobre novela de Alejo Carpentier. También la conexión con el profesor José Pedro Díaz, que publicó en el Nro. 2 un estudio sobre Las cartas del vidente de Rimbaud junto con una de ellas, llegó por esta frecuentación.
Vale la pena detenernos un momento en el clima de aquellas reuniones montevideanas, a veces en cafés y confiterías y otras en mi casa en el Parque Batlle, o en la de la Roberto en La Unión. Era una asamblea incesante, donde se discutían las notas principales, se decidían los títulos, se evaluaba el material literario, y se pensaba incluso la proyección que podía tener la revista. Pero además intercambiábamos libros, notas de prensa, opiniones e ideas; el tema casi exclusivo era lo cultural, con cierto énfasis en las letras, pero con genuino interés en el hecho plástico, el cine, el teatro e incluso la televisión (Mascaró preparó –para el Nro. 1- un interesante ensayo titulado Superman siempre vuelve o el éxito de Kung Fu, referido a la serie que por entonces estaba en el pico de su popularidad).
Fueron solamente dos números –Febrero y Junio de 1975- que causaron cierto impacto en el medio. Se vendieron en librerías y algunos quioscos céntricos, e increíblemente se agotaron. No fue tanto el interés o calidad de lo publicado, sino que muchos lectores, sobre todo jóvenes, captaron en Nexo un matiz alternativo y renovador, independiente y crítico, que no era para nada habitual en medio de la atmósfera opresiva y monocorde de entonces. En ambas entregas alternamos textos literarios de algunos colaboradores –Maeve López, Mascaró, René Cabrera- con otros de poetas del pasado reciente como Saúl Pérez Gadea. La nota principal del Nro. 1, de mi autoría, es una evaluación y puesta al día del estado de las cosas, con título significativo: ¿Existe la cultura uruguaya? El equipo de redacción se encargó de las entrevistas a Rubén Yáñez, de El Galpón, y Manuel Martínez Carril, de Cinemateca Uruguaya. El complemento fueron los comentarios teatrales y de libros, las reflexiones y noticias culturales.
Es interesante citar textualmente algunos párrafos de algunas de las notas de Nexo. En la recién citada, ¿Existe la cultura uruguaya?, escribí lo siguiente: “El papel que nos toca jugar a los nuevos es muy arduo porque, contestando a la pregunta del título, podemos afirmar que –y recién es posible verlo ahora, a la luz del proceso en que estamos sumergidos- la cultura nacional no existe, hay que hacerla a partir de lo sembrado por la Generación Crítica. Y en otra nota, titulada Cambiar la vida, complementé lo anterior con esta afirmación: “Pero, lo fundamental va a ser estar abiertos al viento del mundo, redescubrir las potencias revulsivas del arte, tener muy en cuenta el cambiar la vida de Rimbaud”. Cabe aclarar que, si bien escribí estas notas, las mismas fueron discutidas, tamizadas, corregidas y avaladas en grupo.
La revista tuvo meses después un intento de proyección a Buenos Aires donde llegó a circular el segundo número –en impresión porteña- con dos pliegos encartados conformando un suplemento local. Quien tuvo esa iniciativa fue Maite Somellera, que había participado de nuestras reuniones y luego se radicó en la vecina orilla. Ya en el año 1976, cuando preparábamos la tercera entrega, quien esto escribe –que era Redactor Responsable- se vio obligado a visitar el siniestro Departamento 2 de Inteligencia y Enlace, donde quedó en claro, de forma contundente, la imposibilidad de seguir sosteniendo esa aventura, que no era bien vista por el régimen (que la clausuró, aunque no la consideró merecedora de la difusión pública de la resolución...).


Un puente llamado Destabanda


A finales de 1977 apareció en el ámbito de la tradicional Feria de Libros y Grabados una nueva publicación literaria. Más que de una revista, se trataba de un periódico tabloide de impresión modesta, tipográfica. La dirección estaba en manos de un poeta de Young, por entonces afincado en la capital, Alberto Aiello. A éste yo lo había conocido porque fue uno de los tantos que se acercó a Nexo de manera fugaz. En el nuevo emprendi-miento participaron algunos de los que habían sido colaboradores de aquella, como el promisorio Enrique Martínez Larrechea, y los ya nombrados Luis Pereira, René Cabrera.
Destabanda no tuvo aquel carácter democrático, donde el grupo iba armando cada número a partir de la asamblea permanente. Tal vez por características personales de su director, las decisiones editoriales quedaron en pocas manos. Coincidió con su antecesora en la carencia de una sede; las reuniones las realizábamos en cafés, pero también en el taller de la artesana Sara Venturino –en la calle Paysandú, en pleno Centro- quien por amistad nos cedía un espacio para nuestros encuentros.
En ese número, con mala diagramación y sin ilustraciones, se publicó una semblanza de Robert Lowell a propósito de su muerte escrita por Roberto Mascaró, acompañada de un texto del poeta evocado. Además de cuentos y poemas de colaboradores. Y apareció un nombre nuevo –el del polemista y polémico Alberto María Triangullare- que iba a tener activo protagonismo años después en Cuadernos de Granaldea, firmando un análisis de la incidencia que habían adquirido en el Montevideo de entonces ciertos pensares irracionalistas y ocultistas, con el sugestivo título de El asalto a la razón, o lo que va de Einstein al gurú Maharj Ji.
Aparte de las firmas que se reiteraban, por su línea muy jugada a lo generacional y su postura crítica ante la situación del momento, Destabanda fue en los hechos una continuación de la tarea de militancia cultural que se había planteado dos años antes el equipo de Nexo. Pero hubo un matiz diferenciador, que se puede apreciar con mayor claridad en el Nro. 2 (de 1979): la preocupación preponderante por el interior del país y por la situación de orfandad en que se encontraban sus creadores. No es casual que la redacción se ubicara en Young (departamento de Río Negro); una opción reafirmativa de esa inquietud sin lugar a dudas. La proyección regional estuvo marcada por el recuerdo del poeta entrerriano Juan L. Ortiz –a través de nota y uno de sus poemas- que había fallecido unos meses antes, en 1978. En la segunda entrega se destacan, además, la entrevista de Luis Pereira al escritor Milton Schinca, que conducía en esos momentos el programa Boulevard Sarandí en CX 30 La Radio. Los poemas de Ricardo Prieto, que entonces residía en Buenos Aires, al cual me unía una larga amistad. También poesía de Macunaíma (Atilio Pérez Da Cunha), quien sin participar en Destabanda la siguió de cerca por afinidades y amistad con nosotros. La excesiva discontinuidad le restó incidencia a la revista, que llegó a tener un tercer número –en 1982- poco relacionado con los anteriores salvo en la dirección y algún colaborador.


Cuadernos de Granaldea: la culminación de un proyecto


En esos encuentros –muy deliberativos, al estilo de aquellos que preludiaron Nexo por el 74- surgió la idea de transformar un proyecto cultural del año 1978, los Libros de Granaldea, en una publicación que llevaría el título de Cuadernos de Granaldea. En esto hubo también continuidad: quienes llevamos adelante esa aventura editorial fuimos Mascaró y quien escribe esto. Y el primero sería publicado en Cuadernos, donde aparecieron algunos poemas que integraron más tarde su libro Chatarra/Campos.
La revista tuvo cinco entregas y una extraordinaria. La primera en diciembre del 80, cuatro en el año 81, y la última en julio del 82. El formato resultó similar al que había tenido Nexo un lustro antes, y hasta la imprenta (CBA) era la misma. Pero es claro que los tiempos resultaron diferentes y el equipo más experimentado, lo que se reflejó en varios aspectos: no se pretendía seguir un modelo prestigioso (la similitud de Nexo con Crisis), y por el contrario se remarcaba la necesidad de darle un toque original, utilizando dibujos, fotos y composiciones de artistas plásticos (Osvaldo Ferreira, Álvaro Cármenes, Hugo Alíes, hicieron carátulas o ilustraron la publicación). En la temática, el cambio se refleja en la importancia dada al fenómeno –entonces en pleno desarrollo- del Canto Popular, a través de reportajes (a Eduardo Darnauchans), colaboraciones (Leo Masliah), comentarios y referencias.
Las páginas de Cuadernos de Granaldea estuvieron abiertas a los escritores notorios de varias generaciones: la poeta Marosa Di Giorgio, el narrador Gley Eyherabide, los poetas Rafael Courtoisie y Rolando Faget, el dramaturgo Ricardo Prieto. Y también a escritores de otras latitudes, como el gran narrador argentino Héctor Tizón, y el enorme poeta Juan Gelman, de quien se publicó un texto en separata (en formato poster). También hubo un esfuerzo de romper la balcanización cultural que –entonces y ahora- nos empobrece, a través de la difusión de dos muestras antológicas de poesía joven: una peruana y otra argentina; en ambos casos: fueron compiladas para Cuadernos de Granaldea, la primera por el poeta argentino-peruano Reynaldo Jiménez, colaborador desde la orilla de enfrente de la revista, y la segunda por quien esto escribe (a partir de envíos desde Buenos Aires).
La revista se vendía en librerías, pero también en los recitales de música popular, en eventos organizados por el movimiento cooperativo (en esos años muy pujante), y al llegar diciembre en la Feria de Libros y Grabados (donde tenía su stand). Sin reiterar el fenómeno de Nexo, trascendió igualmente el circuito elitista de las publicaciones literarias y logró proyección hacia públicos más amplios.
La parábola que va de Nexo a Cuadernos es sintomática, más allá de sus valores y limitaciones, como modelo de trabajo cultural alternativo en los años de la pasada dictadura. Rescatarla, desde el lugar del participante comprometido, puede ser un modesto aporte para ir recuperando la historia del período en toda su riqueza de matices y gradaciones. Porque no todo esfuerzo opositor fue político partidario, ni en lo cultural fue privativo de lo institucional y/o prestigioso. Y la historia reseñada es un ejemplo.


Alejandro Michelena




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